viernes, 19 de septiembre de 2008

El `Indiana Jones´ de Tarso .

´Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno.´ (Romanos 15:20) La carrera misionera que Pablo comenzó desde Antioquía, y que habría de terminar con su martirio en Roma, llena toda la segunda mitad del libro de los Hechos de los apóstoles. Son dieciséis capítulos dedicados exclusivamente, salvo el inciso del concilio en Jerusalén, a sus trabajos por el evangelio; esta saturación narrativa centrada en sus viajes es una forma bastante elocuente de expresar que la nota característica de la iglesia, según Hechos, es su misionalidad, es decir la cualidad de ser misionera.
Ya en Pentecostés estaba implícita esa característica, al producirse el portento de las lenguas, por el cual todos los presentes, procedentes de muchas naciones, estaban escuchando las maravillas de Dios en sus lenguas maternas.(1) Por lo tanto ese suceso, que coincide con el nacimiento de la Iglesia, anuncia de forma inequívoca la vocación universal que la iglesia tiene. Todo lo que obstaculice o desvíe esa dirección es un intento de apartarla de su llamamiento. Pero si el prólogo del libro de los Hechos se abre con el programa misionero universal de Jesús(2) y con Pentecostés, su epílogo no resulta menos ilustrativo, ya que se cierra de una forma sorprendente. Las últimas palabras del libro ´…predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.´(3) son muy reveladoras por partida doble: en primer lugar porque muestran que Hechos acaba exactamente de la forma como Jesús había propuesto, lo cual indica la perseverancia de aquel misionero llamado Pablo en hacer aquello a lo que su Señor le había llamado; en segundo lugar porque el libro termina de una forma que no es la ortodoxa para acabar un libro, al no haber un desenlace final que dé la impresión de que estamos ante una obra terminada. Más bien, la percepción que cualquiera saca al leer la última frase, es que estamos ante una obra inconclusa. Es como si esa frase no acabara con punto y final sino con puntos suspensivos. Con punto y final acaban los cuatro evangelios; con un rotundo amén que cierra cada uno de ellos. Pero Hechos no acaba con un amén, sino con esa frase inacabada que nos remite a los puntos suspensivos que hablan bien a las claras de que la obra misionera de la iglesia no está concluida. Está terminada la obra de Cristo en la cruz y nada puede añadirse a ella, de ahí el amén final a la misma en los cuatro evangelios. Pero no hay amén final en Hechos, porque el trabajo de difusión de la obra de Cristo está todavía por ser terminado. No es que Lucas tuviera un lapsus literario, sino que inspirado por el Espíritu Santo no puso epílogo a su trabajo, para que los que vinieran después no pensaran que ya estaba todo hecho. En otras palabras, es responsabilidad nuestra añadir alguna línea al inconcluso libro misionero de los Hechos, que no estará acabado hasta que se cumpla aquella palabra de Jesús: ´Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.´(4) El lema misionero de Pablo podría sintetizarse en el pasaje que encabeza este escrito, cuadrando perfectamente dicho lema con el espíritu del programa de Jesús, de manera que podríamos calificar a Pablo como un pionero que va donde nadie ha llegado antes con la noticia del evangelio. Esa faceta pionera demanda audacia y valor, porque inevitablemente van a surgir situaciones desconocidas e imprevistas que suponen graves riesgos. Si viviera hoy, algunos de sus peores enemigos estarían en el campo ideológico de los que propugnan el ecumenismo entre todas las religiones y el acercamiento y la tolerancia entre todas las creencias, porque él recalcaría la singularidad y excelencia sin par de Cristo. Sería la bestia negra de los antropólogos seculares que promueven la protección de las culturas autóctonas, hasta el punto de que nadie ha de interferir con ideas ajenas en el corazón de sus integrantes, cosa a la que el apóstol no estaría dispuesto porque sería dejarlos en tinieblas espirituales eternas. Sería el enemigo público número uno de los universalistas, que afirman la salvación de toda la humanidad independientemente de las creencias, porque Pablo predicaría el arrepentimiento y la fe en Jesús, como condiciones sine qua non para la salvación. Estaría en el punto de mira de los que solo hablan de solidaridad, paz y tolerancia, porque el apóstol supeditaría esos valores a la cosmovisión Cristocéntrica del evangelio. De entre los muchos lugares que visitó y que muestran su faceta pionera e intrépida, yo me quedo con tres ciudades que son exponentes de lo que era el mundo entonces y lo que es el mundo hoy. Esas tres ciudades son: Atenas, Corinto y Efeso.
Atenas representa el poder de la filosofía.
Corinto representa el poder de la inmoralidad.
Efeso representa el poder de la religión.En esas tres está sintetizado el mundo pagano antiguo y el mundo pagano moderno, donde el pensamiento intelectual va en dirección contraria al evangelio, donde la inmoralidad es la atmósfera irrespirable que nos rodea y donde la religión es uno de los grandes protagonistas de nuestro tiempo. Lejos de evitar esos tres centros de poder o de acercarse a ellos para intercambiar experiencias y conocimientos mutuamente enriquecedores, Pablo se presentará con la predicación del evangelio. La razón de ello es porque sabe que el evangelio es ´poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.´(5)
1) Hechos 2:4-11 2) Hechos 1:8 3) Hechos 28:31 4) Mateo 24:14 5) Romanos 1:16
Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid.

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