jueves, 30 de octubre de 2008

¿Cuál es la Verdadera Palabra de Dios?

Introducción:

David B. Loughram, fundador del Stewarton Bible School en Escocia se convirtió

al Evangelio en 1952 a la edad de 21 años. Siempre consideró que la gran mayoría
de las versiones de la Biblia eran todas la Palabra inspirada de Dios, hasta que en
febrero de 1996, a la edad de 65 años sufrió un infarto que lo imposibilitó y se vio

obligado a guardar reposo en cama. Durante este tiempo se dio a la tarea de leer
acerca de los textos originales de la Biblia. El resultado fue que rechazara todas las
versiones basadas en los textos minoritarios corruptos. De una publicación suya en
el Internet he extraído la mayor cantidad de datos que a continuación presento,
además de los que revela el Dr. César Vidal Manzanares en un libro titulado:
"Conspiración Contra las Sagradas Escrituras", publicado por Peniel.


Para facilitar el análisis y estudio de la gran cantidad de manuscritos del NT

existentes, la crítica textual los hemos clasificado en cuatro grupos: El texto
Bizantino, el grupo Egipcio, el Alejandrino y el Occidental. La edición de 1985
del Nuevo Diccionario Bíblico de Samuel Vila y Santiago Escuaín afirma que el

grupo más aceptado en la actualidad es el Egipcio (pág. 1144). Lo que equivale a
decir que el texto más aceptado por los escolares para las nuevas versiones y
revisiones de la Biblia hoy en día es el Texto Minoritario, no el Mayoritario. Veamos

las diferencias entre estos dos grupos.

Textus Receptus [También llamado Texto Recibido]

El texto del NT más fidedigno que conoce la historia del cristianismo ha sido

llamado, a través de la historia, con seis nombres diferentes:

Nombres del TR (Textus Receptus)

Texto Bizantino, T. Imperial, T. Tradicional, T. de la Reforma y T. Mayoritario. Estos

culminan en el Textus Receptus, el nombre más común que se le dio al texto
universal del Nuevo Testamento a partir de finales del siglo XVI.

Durante los primeros siglos del cristianismo se desató una horrorosa persecución

contra los cristianos que duró hasta la llegada de Constantino en el siglo IV. En el
año 303 el emperador romano Diocleciano decretó la destrucción de todos los
libros cristianos. Quien no entregara a las autoridades todos los escritos sagrados
era condenado a muerte. Debido a las persecuciones de los primeros siglos, hoy
se conservan solamente algunos pocos fragmentos del NT que datan de antes del
siglo IV. Satanás se valió de la dificultad que tuvieron que afrontar los cristianos de
los primeros siglos y de la gran difusión de la filosofía griega para desorientar y
confundir a muchos. Wilkinson nos dice que el primer editor del Textus Receptus
fue Luciano de Antioquía, en el siglo III, quien sacó a muchos de la incertidumbre
en que se hallaban por causa de las ediciones y comentarios bíblicos del filósofo
Orígenes. Ya en la edad media, en el año 1516 se imprimió el NT en griego editado
por Erasmo. Y a partir de las ediciones de Beza y Roberto Estienne, 1550 y 1633

respectivamente, comenzó a llamársele Textus Receptus o texto recibido al texto
del NT que coincidía, a decir de David Otis Fuller, en más del 90% con todos los
manuscritos del NT conocidos hasta entonces.

1) Josh MocDowell dice que John Burgon ha clasificado más de 86,000 citas del NT

hechas por los padres de la Iglesia que vivieron antes del año 325 DC.

2) Dice el Dr. C. V. Manzanares que "ni uno solo de los padres de la Iglesia se

opone al texto [NT] como aparece en el TR.” David Otis Fuller afirma que las más
de 86,000 citas que hacen los padres de la iglesia concuerdan con el TR. A pesar
de ésto el Texto Minoritario es el más aceptado hoy en día.

3) Dice Samuel Gipp que el texto griego que hoy tenemos del NT contiene cerca de

6,000 alteraciones y que la mayoría de éstas se deben a los códices Sinaítico y
Vaticano.

4) Canon Cook dice que 9/10 partes de las revisiones hechas del NT se basan en el

Códice Vaticano (citado por David Loughram).

5) Vidal Manzanares cita a Phillip Mauro, quien también dice que 9/10 partes de las

alteraciones del NT griego derivan del Códice Vaticano.

6) La crítica textual afirma que los más de 5,000 manuscritos que contienen el NT,

entero o en parte coinciden en el 90%, mientras que el Sinaítico y el Vaticano
coinciden en menos del 5% con relación a la mayoría de los manuscritos.

Texto Minoritario

Códice Sinaítico ( Denominado Aleph, primera letra del alfabeto hebreo)

1) Se cree generalmente que fue escrito en Egipto (S. Vila) y fue descubierto en el

año 1844 por el Dr. Tischendorf en un monasterio cerca del monte Sinaí.

2) Escrito en vitela en el siglo IV DC., contiene 147 páginas, cada una de 15" por 13

"con cuatro columnas y 48 líneas por página". Contiene libros espurios como El Pastor
de Hermas y la Epístola de Bernabé (Samuel Gipp).

3) El Dr. John Burgon pudo observar, al examinar este manuscrito el siglo

pasado, que en más de 115 ocasiones se ven decenas de palabras mal escritas,
muchas veces unas escritas sobre otras, y frases inconclusas.

4) Contiene correcciones hechas por más de diez escribas, la mayoría de éstas

son de los siglos VI y VII (Dr. Scrivener).

5) El Dr. Ellicot afirma que el comité revisor de las Sociedades Bíblicas ha hecho

de ocho a nueve cambios por cada cinco versículos del NT, basándose en los
códices egipcios, el Vaticano y el Sinaítico.

6) C. V. Manzanares aprende de Phillip Mauro que en relación con el TR las

diferencias del códice Sinaítico "llegan casi a la cifra de nueve mil, prácticamente
una por versículo”. En los Evangelios solamente omite cerca de "cuatro mil
palabras, añade mil, y cambia de lugar y altera otras tres mil”. Con todo y eso,

este códice junto con el Vaticano son los más aceptados en la actualidad para
las nuevas versiones y revisiones de la Biblia.

Códice Vaticano (Denominado B)

Algunos eruditos sostienen que este manuscrito fue una de cincuenta copias de

la Biblia pedidas por el emperador Constantino a Egipto. Fue escrito también en
el siglo IV y está escrito en vitela. Fue hallado en la biblioteca del Vaticano en el
año 1481, donde todavía se encuentra.

1) De Phillip Mauro el Dr. C.V. Manzanares extrae los siguientes datos: "En

relación con el Texto Mayoritario omite al menos 2,877 palabras, añade 536,
sustituye 935, cambia de lugar 2,098 y modifica 1,132. En total contiene 7,578
divergencias”. Recordemos que Phillip Mauro afirma que nueve décimas partes
de las alteraciones del texto griego, en relación con el TR derivan del códice
Vaticano.

2) Dice Samuel Gipp que omite casi todo el Génesis menos los últimos cuatro

capítulos (y los vs. del 46:28 en adelante). Es decir, en este manuscrito no
existe la historia de la creación.

3) Samuel Gipp observa, además, según las citas que de él hace David B.

Loughram, que el códice Vaticano omite gran parte de los pasajes bíblicos que a
la iglesia de Roma le ha convenido suprimir.

4) El Dr. J. Smythe declara que la pluma de algunos escribas del siglo X ha

escrito sobre las páginas de este manuscrito desde una punta hasta la otra.

5) El Dr. Martin declara que en numerosos pasajes el manuscrito repite palabras

y frases consecutivas. Una muestra del descuido y la desidia con que fue
copiado.

Otros datos acerca del Texto Minoritario

1) Samuel Gipp revela una verdad alarmante. Él dice que estos dos manuscritos

fueron revisiones de los escribas egipcios que se basaron en el Texto Mayoritario.
Así acomodaron la Biblia a las exigencias de las creencias filosóficas muy difundidas
en Alejandría en aquella época.

2) El Dr. C. V. Manzanares cita a John Burgon: "Es más fácil encontrar dos versículos

consecutivos en los que estos manuscritos [Vaticano y Sinaítico] difieren que dos en
los que concuerden”.

3) ¿Por qué, si estos dos manuscritos que sólo coinciden en un 5% con la gran

mayoría de los más de 5,000 manuscritos existentes, y el TR que coincide en más del
90% de los casos con todos los manuscritos que se conocen, se ha de descartar
el TR y adoptar el Texto Minoritario como el "más aceptado en la actualidad?” La

respuesta, según C. V. Manzanares, está en la gran influencia que ejercieron dos
exégetas y miembros del comité revisor de 1870, que además fueron los autores del
texto griego que ha servido de base para el que hoy tenemos de Eberhard Nestlé y
Kurt Aland. Estos exégetas fueron Brook Foss Westcott y Fenton John Anthony Hort.
Estos hombres fueron ocultistas, aceptaron las teorías de la evolución de Darwin (este
hecho lo tengo documentado tal y como aparece en sus cartas), y negaron la inerrancia
y la infalibilidad de las Escrituras. Pasaron del liberalismo modernista al ocultismo; se
convirtieron en abiertos enemigos de la Palabra de Dios. David Loughram dice que el
motivo por el cual estos dos hombres ejercieron la mayor influencia en el comité de

revisiones desde la Convocación de Canterbury en mayo 6 de 1870, se debió a que
otros miembros del comité desconocían los métodos utilizados por la crítica textual, lo
que constituyó una gran ventaja para Westcott y Hort, quienes más tarde hicieron su
propia versión del texto griego, la que luego utilizaron Nestlé y Aland para revisarla y
hacer la edición del griego de la que se ha valido la editorial Clie para publicar el Nuevo
Testamento Interlineal Griego-Español.

4) Cabe señalar aquí que el Dr. Henry Morris, fundador del Instituto del Creation

Research, ha aseverado que Eberhard Nestlé y Kurt Aland, al igual que Westcott y Hort,
eran partidarios de las teorías de la evolución, y que Nestlé y Aland se contaban entre los
teólogos escépticos de Alemania.

5) En su libro Una Historia Comprensible de la Biblia, Samuel Gipp hace mención de por

lo menos ocho miembros del comité revisor, sin contar a Westcott y Hort, que negaban la
inerrancia y la infalibilidad de la Biblia. Diferencias entre las versiones que se basan en el

TR y las que se basan en el Minoritario.

En la siguiente dirección del Internet aparecen más de 70 versículos que difieren entre

las versiones que han adoptado el Texto Minoritario y las del TR:

http://www.rmplc.co.uk/eduweb/sites/sbs777/vital/kjv/part2.html

(Sitio es en inglés)

Versículos completos suprimidos en la Versión Popular y el texto griego de Nestlé

Los siguientes versículos han sido suprimidos totalmente en la VP y en el texto griego de

Nestlé:

Mt. 17:21; 18:11; 23:14; Mc. 7:16; 9:44,46; 11:26; 15:28; y Ro. 16:24. Un total de nueve

versículos, porque, según algunos de sus comentarios, no aparecen en "los mejores y
más antiguos manuscritos”, es decir, el códice Vaticano y el Sinaítico. Obsérvese

semejante falsedad sin apoyo crítico evidente.

1) De lo que sí hay evidencias es que ni en el códice Vaticano ni en el Sinaítico existen las

palabras "no se pierda" de Jn. 3:15, y a pesar de estar presentes en el Texto Mayoritario,
la VP y Nestlé lo suprimen igualmente. Lo que prueba una vez más la fidelidad con que

siguen el texto de manuscritos alterados y corruptos.

2) Debido a "su programa de diálogo con las Sociedades Bíblicas Unidas" la iglesia

católica de Roma ha logrado que éstas incluyan en la VP los libros apócrifos que aparecen
en las Biblias católicas, y que biblistas católicos hayan colaborado con la
preparación de la VP.

3) Las consecuencias de dicha colaboración de carácter ecuménico han sido las

de tergiversar la Palabra de Dios en la VP para acomodarla a la teología católica
de Roma. Veamos: La iglesia de Roma sostiene que María, la madre de Jesús,
nunca dejó de ser virgen después del nacimiento de Jesús y por lo tanto él no

pudo haber tenido hermanos carnales. Además incluyen a María como otro
mediador entre Dios y los hombres. Esta creencia se puede defender
perfectamente usando la VP:

En Mt. 1:25 se lee así:

“Y sin haber tenido relaciones conyugales ella dio a luz a su hijo, al que José puso

por nombre Jesús”.

Comparece el texto de arriba con el que aparece en la versión Reina Valera de

1909:

“Y no la conoció hasta que parió a su hijo primogénito: Y llamó su nombre JESÚS”.

La palabra "hasta" que aparece en el Texto Mayoritario, y por consiguiente, en

nuestra versión que se basa en este texto, no existe en la VP, con lo que,
basándose en esta versión se puede defender la teología católica.

Los comentaristas de la VP explican, a pie de página, el versículo 46 del capítulo

12 de Mateo: "La palabra [hermanos] puede referirse en algunas ocasiones a
personas unidas por otros grados de parentesco”, es decir, en Mt. 12:46 los
"hermanos de Jesús" no eran hermanos carnales. Esto es precisamente lo que
enseña la iglesia de Roma.

En 1 Tim. 2:5 la VP dice:

“Porque no hay más que un Dios, y un solo hombre que sea el mediador entre Dios

y los hombres: Cristo Jesús”.
La versión Reina Valera de 1909 dice:

“Porque hay un Dios, así mismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo

hombre”.

Nótese cómo se puede admitir que una mujer como María pueda ser mediadora

entre Dios y los hombres, con las palabras de la VP: "Un solo hombre que sea
mediador,” pero lo que dice el Texto Mayoritario es: "Un mediador entre Dios y
los hombres."



Conclusión


Los ejemplos anteriores han sido solamente unos pocos entre muchos más que

han sido analizados por críticos textuales conservadores para demostrar que la
Versión Popular ha sido intencionalmente alterada para satisfacer intereses
humanos.

Yo creo en la inspiración plenaria de las Sagradas Escrituras, en su inerrancia y

en su infalibilidad. Creo que los masoretas nos han legado la legítima Palabra de
Dios en el Antiguo Testamento y que el Textus Receptus o texto recibido es la
auténtica Palabra de Dios del Nuevo Testamento totalmente inspirada por su
Espíritu. Así mismo creo que cualquier versión de la Biblia que se haya escrito
basándose en manuscritos corruptos como el Sinaítico y el Vaticano no es ni

puede ser la Santa Palabra de Dios. Quien diga que la VP es la Palabra de Dios,
a diferencia de que contiene la Palabra de Dios, incurre en el grave error de
negar la inspiración plenaria y adherirse a una parcial o de conceptos e ideas, lo

que equivaldría a afirmar la infalibilidad pero negar su inerrancia, a decir que la
Palabra de Dios es infalible, pero que esta infalibilidad sólo se ve reflejada en

ocasiones en los escritos de hombres que cometieron errores y que por lo tanto
la Biblia contiene errores. Basta decir que esta última conclusión raya en la
blasfemia, destruyendo todo el fundamento de la fe cristiana. Aceptar algunos

pasajes como legítimos y otros como espurios para concluir que el conjunto es
Palabra de Dios es lo mismo que decir que un libro cualquiera que contenga
versículos de la Biblia es también la Palabra de Dios. Basta decir que
esto también raya en la blasfemia.

Es mi conclusión, de lo antes mencionado, que la Versión Popular, así como el

texto griego de Nestlé y todas las versiones que han usado como base este
texto, no son ni pueden ser la Palabra de Dios. Pueden ser libros muy útiles
para una tarea como la que me ha ocupado en este escrito, pero nunca lo serán

si se leen con el propósito de una adoración privada o pública, porque su única
consecuencia, en la adoración, queriendo escudriñar la Santa Palabra de Dios,
sería la de infundir confusión doctrinal. Y en ese caso, como ya ha sido dicho por
otros, se repetiría el "fenómeno de Babel”.


¿Cuál es la verdadera Palabra de Dios? Si aún no lo sabes, lector, no puedo

hacer más por ti, sino orar... Sea Dios glorificado.


Por Arthur Mondéjar

miércoles, 29 de octubre de 2008

El Texto Recibido (también llamado el Texto Bizantino) es un Texto Superior.

Gracia y Paz amados,este es otro estudio del excelente blog http://palabraspuras.wordpress.com
Espero les ayude a entender lo que esta en juego.

Es Superior porque Proviene de la Ciudad de Antioquía. Este texto es asociado con la gran ciudad de Antioquía de Siria. La ciudad de Antioquía llegó a ser la cuna del cristianismo después de la persecución de los creyentes en Jerusalén (Hechos 11:19-20). Los apóstoles Pablo y Bernabé iniciaron su gran ministerio allí (Hch.11:22-26). Después como misioneros-evangelistas fueron enviados de esta iglesia (Hechos 13:1-3; 15:35-36; 18:22-23). Más tarde el apóstol Pedro visitó allí (Gálatas 2:11-12). Un texto que procede de este lugar, sin lugar a duda, sería un texto aprobado por los apóstoles y las demás iglesias.

Es Superior Porque Llegó a Ser el Estándar Durante el Período Bizantino. El Texto Bizantino recibe su nombre porque viene de Constantinopla, anteriormente llamado Bizancio. Llegó a ser el texto estándar de las iglesias en el periodo Bizantino, desde 312 – 1453 d. de J.C. Antes de ese periodo, este tipo de texto fue preservado en Antioquía de Siria. El gran líder Crisóstomo se cambió de Antioquía a Constantinopla en el año 398 d. de J.C. Constantinopla fue el centro del mundo de hablar griego. Sin embargo, en el occidente, latín llegó a ser el idioma dominante. Entonces, los eruditos de Constantinopla eran más aptos para producir y preservar el texto auténtico en el griego.

Es Superior porque es Respaldado por Líderes Cristianos Antiguos. Fue utilizado por líderes como Basil de Cesarea, Gregorio de Nisa, Gregorio de Nazianzus (Capadocia), Teodoret de Ciro y Crisóstomo de Constantinopla. Estos hombres estaban involucrados en la formación de la doctrina ortodoxa y en la ratificación del canon del NT. Ellos, sin duda, tenían en sus manos muchos otros manuscritos, algunos originales, que no están en existencia hoy. Los historiadores dan evidencia que este tipo de texto se encuentra en los escritos de Justino Mártir (100 – 165 d. de JC); Ireneo (130 – 200 d. de JC); Clemente de Alejandría (150 – 215 d. de JC); Tertuliano (160 – 220 d. de JC); Hipólito (170 – 236 d. de JC), y aun Origen (185 – 254 d. de JC). Todos estos citan el texto bizantino en sus escritos.

Edward Miller estudió todas las citas de los Padres antiguos y encontró que citan el texto bizantino unas 2,630 veces en cambio a otros textos 1,753. El seleccionó 30 pasajes importantes para examinar y encontró 530 del texto bizantino y solamente 170 a favor de otros textos. El concluyó: “El texto tradicional es predominante en los escritos de los Padres antiguos. Su relato prueba que en sus escritos y por lo general en las iglesias, corrupción entró muy temprano en la historia, sin embargo las aguas pura generalmente prevalecieron. Esta tradición siguió también en la mayoría de los Padres que los siguieron. No hay un quiebre, ni intervalo, sino el testigo es continuo.” [Edward Miller in "The Antiquity of the Traditional Text", in John William Burgon, The Traditional Text of the Holy Gospels Vindicated and Established (London: George Bell and Sons, 1896), p. 121].

Es Superior porque es Respaldado por los Manuscritos Disponibles. Esta familia tiene apoyo convincente de los manuscritos disponibles. En los papiros hay un asombroso número de lecturas distintivamente bizantinos. P45, P46, P66.

El Profesor H.A. Sturz listó 150 lecturas bizantinas muy tempranas en los papiros [Harry A. Sturz, The Byzantine Text-Type and New Testament Textual Criticism (Nashville, TN: Thomas Nelson Publishers, 1984), pp. 61ff, 145ff]. Al contrario a los críticos textuales, las lecturas bizantinas se puede trazar hasta el siglo II.

Con respecto a los unciales, es estimado que 95% de los manuscritos unciales contienen el tipo de texto bizantino. El porcentaje es aun mayor en los minúsculos, casi todos son del tipo bizantino. Los leccionarios también apoyan el tipo bizantino. Es un hecho que, de los manuscritos sobrevivientes, 90% son del tipo de texto bizantino. Aunque los críticos recalcan que no son los más antiguos, hay que reconocer que provenían de cientos de manuscritos paternos, que a su vez pertenecían a los tiempos de los apóstoles y sus discípulos. El argumento en su contra es que aparece en el siglo IV, pero la respuesta es que llegó a ser el más recibido y más utilizado porque representaba perfectamente los originales.

Es Superior porque es Respaldado por Traducciones Tempranas. El Texto Bizantino también es respaldado por las versiones tempranas del NT. Hay versiones en siriaco, arameo, y latín que son fechados desde el siglo II.

La Pesita, “reina de las versiones” en el año 157 d. de J.C., es una traducción en siriaco y contiene lecturas bizantinas. También es cierto en cuanto a la versión Gótica del año 350 d. de J.C.

Es Superior porque es el Texto Preservado de Dios por medio de Sus Iglesias. Para el siglo IV el texto bizantino emergió como el texto autoritativo del NT y de las iglesias y por los siguientes doce siglos era así. Dios ha guardado Su Palabra providencialmente porque los creyentes necesitan la verdad en su pureza (Mateo 24:35; 1Pedro 1:23,25). Entonces, la Palabra divinamente inspirada es la misma que ha sido publicada (Salmo 68:11). Es absurdo creer que Dios diera Su Palabra pura a Su iglesia y luego permitir que se corrompiera sobre los próximos XVIII siglos. ¡Es la conclusión de los críticos modernos del Texto Griego del NT! Es razonable suponer que Dios trató el NT como El trató el AT. El Señor Jesucristo atestiguó que el AT, en cada una de sus partes, es la Palabra inspirada de Dios perfecta y sin error (Mateo 5:18; Juan 10:35). Cuando Dios dio Su última Revelación por medio de Su Hijo y los Apóstoles, El la protegió y la preservó de la misma manera que lo hizo con el AT, hasta el día de hoy. ¿Dónde? En el Texto Recibido, el Texto Bizantino.

Escrito por Garry Castner.

viernes, 24 de octubre de 2008

El Texto tradicional del Nuevo Testamento (2)

Amados en el Senor,gracia y paz! a continuacion expongo la segunda parte de este magistral estudio sobre el Textus Receptus vs. Texto Critico.

Dos ramas principales de examen; colección de evidencia; uso de la evidencia.


Ofrecemos en las páginas que siguen una primicia en castellano, la traducción de la obra de John Burgon El Texto Tradicional del Nuevo Testamento. Ante la imposibilidad de publicar el texto en formato de libro impreso, queremos ofrecer entre tanto algunos de sus capítulos. Es una obra clásica de crítica textual en defensa del Texto Receptus del Nuevo Testamento, por uno de los eruditos más importantes, contemporáneo de Wescott y Hort.

Dos ramas principales de examen; colección de evidencia; uso de la evidencia


El objetivo de la crítica textual, cuando se aplica a las Escrituras del Nuevo Testamento, es determinar lo que los Apóstoles y Evangelistas de Cristo realmente escribieron -las precisas palabras que emplearon, y su verdadero orden-. Es, por lo tanto, uno de los más importantes temas que se pueden se propuestos para su examen; y, a menos que se haga con impericia, mostrará que no carece de auténtico interés. Más aún, es claramente preeminente, en orden al pensamiento sintético, sobre toda otra rama de la ciencia sagrada, en la medida en que reposa sobre el gran pilar de las sagradas Escrituras.
Actualmente la crítica textual se ocupa principalmente de dos ramas distintas de investigación: (1) Su primer objetivo es reunir, investigar y ordenar la evidencia provista por los manuscritos, las versiones y los Padres. Y esta es una tarea poco gloriosa, ya que demanda un trabajo prodigioso, una exactitud estricta, una atención incansable, que nunca puede realizarse con éxito sin una muy sólida erudición. (2) Su segundo objetivo es extraer inferencias críticas; en otras palabras, descubrir la verdad del texto -las genuinas palabras del santo Escrito. Y esta es su función más alta, que requiere el ejercicio de capacidades aún mayores. No se puede alcanzar el éxito en ello sin un conocimiento amplio y exacto, libre de parcialidad y prejuicios. Sobre todo, se debe tener un entendimiento claro y juicioso. Una perfecta facultad lógica siempre debe estar activa, o el resultado puede estar constituido solamente por equivocaciones, que fácilmente pueden probar ser calamitosas.
Mi próximo paso es explicar lo que se ha hecho hasta ahora en cada uno de esos departamentos, y mostrar los resultados. En la primer rama de la materia mencionada, recientemente se ha hecho muy poco; pero este poco ha sido hecho muy bien. Mayores resultados se han incorporado en los últimos treinta años: una gran cantidad de evidencia adicional ha sido descubierta, pero solamente una pequeña porción se ha acabado de examinar y cotejar. En la última rama, se han intentado muchas cosas, pero el resultado evidencia estar lleno de frustración para aquellos que esperaban mucho de él. Los críticos de este siglo se han apresurado demasiado. Se han precipitado a hacer conclusiones, confiando en la evidencia que tenían en sus manos, olvidando que solamente pueden ser científicamente sanas las conclusiones que se extraen de todos los materiales existentes. La decisión debería haber sido precedida por una investigación más amplia. Permítaseme explicar y establecer lo que he estado diciendo.

Providencial multiplicación de copias, ordinarios y leccionarios –de las versiones– de las citas patrísticas
Era ciertamente de esperarse que el Autor del Evangelio Eterno -esa obra maestra de la sabiduría Divina, ese milagro de sobrehumana destreza- se mostraría extremadamente cuidadoso en la protección y preservación de su propia y principalísima obra. Cada descubrimiento nuevo de la belleza y preciosidad del Depósito en su estructura esencial ciertamente sólo sirve para consolidar la convicción de que necesariamente una maravillosa provisión debió hacerse en el eterno consejo de Dios para la efectiva conservación del Texto inspirado.
Sin embargo, no es excesivo afirmar que nada que la destreza inventiva del hombre ha diseñado se aproxima siquiera a la auténtica verdad del asunto. Echemos una mirada sencilla pero general de lo que se ha encontrado mediante la investigación, de lo que sostengo que ha sido el método Divino en relación a las Escrituras del Nuevo Testamento.
I Por la misma necesidad del caso, copias de los Evangelios y Epístolas del original griego se multiplicaron extraordinariamente a través de las edades y en cada parte de la Iglesia Cristiana. El resultado ha sido que, aunque los más antiguos perecieron, permanecen hasta hoy un número prodigioso de aquellas transcripciones; algunas muy antiguas. Examinándolas cuidadosamente, descubrimos que necesariamente han sido (a) producidas en diferentes países, (b) realizadas a intervalos a lo largo de mil años, (c) copiadas de originales que ya no existen. Y se ha acumulado tal cuerpo de evidencia sobre cuál es el auténtico texto de la Escritura, como no hay sobre ningún otro escrito en el mundo.1 Actualmente se conoce la existencia de más de dos mil copias manuscritas (1888).2
Debe añadirse que la práctica de leer la Escritura en voz alta delante de la congregación -una práctica que se observa desde la era apostólica- ha aumentado la seguridad del Depósito, porque: (1) ha conducido a la multiplicación, por mandato, de libros conteniendo los leccionarios de la Iglesia; y (2) por ello ha asegurado un testigo viviente para las mismas palabras del Espíritu, en todas las Iglesias de la cristiandad. El oído, una vez completamente familiarizado con las palabras de la Escritura, se resiente a la más leve desviación del modelo establecido. Así que rotundamente queda fuera de discusión que se tolerasen cambios importantes.
II Luego, como el Evangelio se extendió de país en país, llegó a ser traducido a las diversas lenguas del mundo antiguo. Porque, aunque el griego era ampliamente entendido, debido al comercio y al predominio intelectual Griego y a las conquistas de Alejandro que hicieron que fuese hablado casi en todo el Imperio Romano, se necesitaron versiones siríacas y latinas para la lectura ordinaria, probablemente aún en la misma época de los Apóstoles. Y esas tres lenguas en que se escribió “el título de su causa” sobre la cruz -sin insistir sobre la absoluta identidad entre el siríaco de la época con el “hebreo” de Jerusalén de entonces-, llegaron a ser desde tiempos muy antiguos los depositarios del Evangelio del Redentor del mundo. El siríaco estaba estrechamente relacionado con el arameo vernáculo de Palestina y se hablaba en la región adyacente; mientras que el latín era el idioma familiar de todas las Iglesias occidentales.
Así, desde el principio, en las asambleas públicas, tanto orientales como occidentales, leían habitualmente en voz alta los escritos de los Evangelistas y Apóstoles. Antes de lo siglos IV y V el Evangelio también se había traducido a los idiomas particulares del Bajo y el Alto Egipto, en las que ahora llamamos versiones Bohaírica y Sahídica, y en los idiomas de Etiopía, de Armenia, y de los godos. El texto quedó claramente como embalsamado en tantos nuevos lenguajes, protegido en gran medida contra el riesgo de posteriores cambios; y esas varias traducciones han permanecido hasta hoy como testigos de lo que se encontraba en las copias del Nuevo Testamento que hace tiempo han perecido.
III Pero la más singular provisión para preservar la memoria de lo que fue antiguamente leído como Escritura inspirada, todavía no lo hemos descrito. La ciencia sagrada se jacta de tener una literatura sin paralelo en ningún otro apartado del conocimiento humano. Los Padres de la Iglesia, los obispos y doctores del cristianismo primitivo, fueron en algunos casos escritores muy prolíficos, llegando muchas de sus obras hasta nuestros días. Esos hombres comentan frecuentemente, citan libremente, y se refieren habitualmente, a las Palabras inspiradas, produciendo así una hueste de insospechados testigos de la verdad de la Escritura. Los pasajes citados por los Padres son pruebas de las lecturas que encontraron en las copias que usaban. Así ellos testifican en citas ordinarias, aunque sea de segunda mano, y a veces su testimonio tiene un valor inusual cuando argumentan o comentan el pasaje en cuestión. Ciertamente, con mucha frecuencia los manuscritos que tenían en sus manos, que hasta hoy perviven en sus citas, son más antiguos -quizás siglos más antiguos- que cualquiera de las copias que han sobrevivido. Así, vemos que una triple seguridad se ha provisto para la integridad del Depósito: en las copias, las versiones y los textos de Padres. Sobre la relación de cada uno con los otros, a continuación diremos algo en particular.

Semejanza entre los unciales y los cursivos tardíos; sobrestimación de los unciales más antiguos; las copias, la clase de evidencia más importante; pero virtualmente no tan antiguas como las más antiguas versiones y Padres
Las copias de los manuscritos comúnmente se dividen en unciales, es decir, las que están escritas en letras mayúsculas, y cursivos o “minúsculos”, es decir, los que están escritos en letra “corrida” o letra pequeña. Esta división, aunque conveniente, es engañosa. Los más antiguos “cursivos” son más antiguos que los últimos “unciales” por cien años.1 El último grupo de unciales pertenece virtualmente, como se probará, al grupo de los de cursivos. Un manuscrito no tiene ningún mérito, por así decirlo, por ser escrito en caracteres unciales. El número de los unciales es muy inferior al de los cursivos, aunque usualmente presumen de mayor antigüedad. Se mostrará en un capítulo posterior, a la vista de los recientes descubrimientos de manuscritos en papiros de Egipto, hay muchas razones para inferir que los manuscritos cursivos derivaron en su mayor parte de los manuscritos en papiro, igual que lo fueron los mismos unciales, y que la prevalencia de los unciales por algunos siglos se debió a la biblioteca local de Cesarea. Para un completo informe sobre los diversos códices, y para otras muchas peculiaridades de la crítica textual sagrada, remitimos al lector a la Introduction de Scrivener, de 1894.
Ahora, no es tanto una exageración si no una evaluación totalmente errónea la importancia atribuidas a los decretos Textuales de las cinco copias unciales más antiguas, que descansan en la raíz de la mayor parte de la crítica de los últimos cincuenta años. En consecuencia, somos constreñidos a conceder una atención al parecer desproporcionada de algunos a esos cinco códices: el códice Vaticano, el B, y el códice Sinaítico, el Alef, ambos supuestamente del siglo IV; el códice Alejandrino, el Alef, y el fragmentario códice de París, el C, que son asignados al siglo V; y finalmente el códice Bezae de Cambridge, el D, supuestamente escrito en el siglo VI. A estos ahora se les puede añadir, en lo que concierne a Mateo y Marcos, el códice Beratino, el F, y el códice Rossano, el S, ambos de la primera parte del siglo VI o de finales del V. Pero esos dos generalmente testifican contra los dos más antiguos, y todavía no han recibido tanta atención como merecen. Finalmente se verá que no se nos puede acusar de ninguna exageración al describir desde el principio a B, Alef y D como tres de las copias más corruptas existentes. Nadie crea que la edad de esos cinco manuscritos los coloca sobre un pedestal por encima de todos los demás. Se puede comprobar que son erróneos vez tras vez por la evidencia de un período más antiguo del que pueden presumir.
Ninguna persona competente negará que, ciertamente, estas copias de la Escritura, como grupo, son los más importantes instrumentos de la crítica textual. Las principales razones de esto son su texto continuo, su diseñada corporización de la Palabra escrita, su número y su variedad. Pero nosotros tenemos tan en cuenta los manuscritos, porque: (1) proveen de una evidencia ininterrumpida para el texto de la Escritura desde una fecha antigua a través de la historia hasta la invención de la imprenta; (2) se observa que han marcado una línea continua a través del tiempo de la Iglesia a partir de los tres primeros siglos; (3) son el producto unido de todos los patriarcados en la cristiandad. No puede haber habido, por lo tanto, una confabulación en la preparación de esta clase de autoridades. El riesgo de transcripción errónea ha sido reducido al mínimo posible. El predominio del fraude de una manera universal es sencillamente algo imposible. Las correcciones conjeturales del texto son bastante seguras, con el paso del tiempo, para ser efectivamente excluidas. Al contrario, el testimonio de los Padres es fragmentario, sin diseño, aunque frecuentemente se lo considera el más valioso. Y ciertamente, como se ha dicho, normalmente no se encuentran; sin embargo en ocasiones es muy valioso, ya sea por su eminente antigüedad o por la claridad de su veredicto; mientras que las versiones, aunque en detalles más amplios ofrecen una evidencia concurrente sumamente valiosa, todavía, por su naturaleza, son incapaces ayudarnos en muchos aspectos concretos importantes. Ciertamente, por respeto a las mismas palabras de la Escritura, la evidencia de las versiones en otras lenguas debe tomarse con mucha precaución.
Innegable como es, el primitivismo de ciertas versiones y de no pocos Padres, hace palidecer a los manuscritos. No poseemos copias actualmente del Nuevo Testamento tan antiguas como la versión Siríaca y las versiones latinas, con una diferencia probablemente de más de doscientos años, excepto fragmentos. Algo similar debemos decir de las versiones realizadas en las lenguas del Bajo y Alto Egipto, que podrían ser del siglo III.4 Es también razonable asumir que en ningún caso una versión antigua fue hecha a partir de un solo ejemplar griego; consecuentemente, las versiones gozaron tanto en su origen como en su aceptación, de más publicidad que la que necesariamente acompañó a cualquier copia individual. Y es innegable que en incontables ocasiones la evidencia de una traducción, a causa de la claridad de su testimonio, es tan satisfactoria como la de una auténtica copia del griego.
Pero quisiera recordar especialmente a mis lectores el precepto de oro de Bentley: “El texto real de los sagrados escritores no reposa ahora, teniendo en cuenta que los originales han estado tanto tiempo perdidos, en ningún manuscrito o edición, sino que está disperso en todos ellos”. Esta verdad, que era evidente para el poderoso intelecto de este gran erudito, constituye la raíz de toda critica textual sana. Confiar en el veredicto de dos, o cinco, o siete de los manuscritos más antiguos es plausible a primera vista, y es el refugio natural de los estudiantes que son o superficiales, o que quieren hacer su tarea tan fácil y simple como sea posible. Pero dejar de lado a los testigos inconvenientes es contrario a todos los principios de justicia y de ciencia. El problema es más complejo, y no ha de ser resuelto tan fácilmente. La evidencia de una calidad fuerte y variada no se puede descartar con seguridad, como si fuera sin valor.

Búsqueda de la lectura de los autógrafos; el mejor atestado, la lectura genuina; necesidad de pruebas o marcas de la veracidad; siete propuestas
Por lo tanto somos constreñidos a considerar el gran número de testimonios que se encuentran a nuestra disposición. Y debemos buscar, tanto justa como evidentemente, principios que nos guíen en el uso de dicho testimonio. Porque es la ausencia de una carta oceánica lo que ha conducido a algunas personas a dirigir su nave hacia una isla desierta, que bajo la apariencia de una mayor antigüedad pudo, a primera vista, presentar la engañosa apariencia de ser el único puerto seguro.
1 Todos estamos, espero, de acuerdo al menos en esto: que lo que siempre estamos buscando es el Texto de la Escritura tal como provino realmente de los escritores inspirados. Lo que proponemos como el último objeto de nuestra investigación nunca son, afirmo, “lecturas antiguas”. Deseamos precisamente la más antigua lectura de todas; en otras palabras, el Texto original, nada más ni nada menos que las mismas palabras de los mismísimos santos Evangelistas y Apóstoles.
Y, axiomático como es, requiere ser claramente establecido. Porque a veces, los críticos parecen estar absortos únicamente preocupados en establecer que las lecturas que defienden deben ser necesariamente muy antiguas. Ahora, ya que todas las lecturas deben ser necesariamente muy antiguas, encontrándose en documentos muy antiguos, no se ha conseguido probar que esas lecturas existieran en el siglo II de nuestra era, a menos que también pueda ser probado que hay asociadas otras circunstancias concurrentes a esas lecturas, que constituyen una correcta presunción, para que sean consideradas como la única redacción genuina del pasaje en cuestión. Las sagradas Escrituras no son un lugar para que los críticos ejerciten o desplieguen el ingenio.
2 Confío que posteriormente podamos establecer como un principio fundamental que entre dos modos posibles de leer el Texto, aquel que examinado demuestra ser el mejor atestiguado y autentificado -o sea, la lectura del cual se comprueba mediante investigación que está sustentada por la mejor evidencia- debe presuponerse como la lectura real, y por lo tanto ha de ser aceptada por todos los estudiosos.
3 Me aventuraré a hacer solamente un postulado más: Que hasta ahora no hemos conocido una sola autoridad que esté facultada para dictaminar de forma absoluta, lo qué debe ser y lo que no debe ser considerado como el Texto verdadero de la Escritura. No tenemos un testigo infalible, quiero decir, uno cuyo único dictado sea competente para resolver las controversias. El problema que se ha de investigar, a saber, qué evidencia ha de ser sostenida como “la mejor”, puede expresarse indudablemente de muchas maneras, pero supongo que no más correctamente que proponiendo la siguiente pregunta: ¿Se pueden ofrecer algunas reglas para que en caso de conflictivo de testimonios se pueda precisar con certeza qué autoridades se deben seguir? Los juicios están llenos de testigos que se contradicen entre ellos. ¿Cómo sabremos a quien hemos de creer? Aunque suene extraño, observamos que los testigos están comúnmente, de hecho casi invariablemente, divididos en dos bandos. ¿No podemos descubrir algunas reglas que nos permitan determinar de una forma creíble en que bando de los dos reside la verdad?
Procedo a ofrecer a la consideración de los lectores siete marcas de veracidad, que posteriormente explicaré. Finalmente requeriré a los lectores que reconozcan que allí donde esas siete marcas se den, podemos asumir confiadamente que la evidencia es digna de toda aceptación, y que ha de ser implícitamente seguida. Una lectura debería ser atestiguada entonces por estas siete:
Marcas de veracidad

1. Antigüedad, o Primitividad.
2. Consenso entre los testigos, o número.
3. Variedad de la evidencia, o universalidad.
4. Respetabilidad de los testigos, o peso.
5. Continuidad, o tradición ininterrumpida.
6. Evidencia del pasaje completo, o contexto.
7. Consideraciones internas, o razonabilidad.

La mera antigüedad de una autoridad no es suficiente; sin embargo la antigüedad es un principio muy importante
Una detallada consideración de esas marcas de veracidad la pospondremos para el próximo capítulo. Mientras tanto, tres consideraciones de un carácter más general requieren atención inmediata.
I La antigüedad, en y por sí misma, veremos que no avala nada. Una lectura ha de ser adoptada no por su antigüedad, sino por ser la mejor atestiguada, y por lo tanto la más antigua. Puede parecer una paradoja de mi parte, pero no lo es. He admitido, e insisto en ello, que la lectura más antigua de todas es lo que realmente buscamos; porque debe ser necesariamente la que procedió de la pluma del mismísimo escritor sagrado. Pero, por norma, se deben asumir cincuenta años, más o menos, entre la producción de los autógrafos inspirados y el más antiguo representante escrito de ellos existente actualmente. Y precisamente fue en aquella primera época que los hombres se mostraron menos cuidadosos o precisos en guardar el Depósito, y menos exactos críticamente en su modo de citarlos; al mismo tiempo el enemigo de la verdad se mostró más incansable, más perseverante procurando su corrupción. Aunque pueda sonar extraño –perturbador como este descubrimiento debe necesariamente comprobarse cuando es claramente percibido al principio-, los fragmentos y restos más antiguos (porque ellos no son más que eso al principio) que vienen a nuestras manos como citas del texto de las Escrituras del Nuevo Testamento, no son solamente decepcionantes por su inexactitud, su carácter fragmentario y su imprecisión; sino que, además, frecuentemente se demuestran descuidados. Procederé a dar un ejemplo de entre muchos: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Así está tanto en Mateo 27:46, como en Marcos 15:34; pero debido a que en la última referencia Alef, B, la Antigua Latina, la Vulgata, y las versiones Bohaíricas, además de Eusebio, seguido por L, y unos pocos cursivos, cambian el orden de las últimas dos palabras, los editores recientes unánimemente hacen lo mismo. Cuentan también con autoridades más antiguas, para hacer eso: Justino Mártir (164 d.C.) y los Valentinianos (150 d.C.) están entre ellas. En lo que se refiere a antigüedad, la evidencia para la lectura es realmente muy fuerte.
Y aún así la evidencia por el otro lado, cuando es considerada, resulta que es abrumadora.5 Añádase el descubrimiento de que … es la lectura establecida por la familiar Septuaginta, y no vacilamos en retener el Texto comúnmente Recibido. Porque el secreto se desvela al reconocer que Alef y B seguramente seguían la Septuaginta que era tan apreciada por Orígenes. Una mayor discusión sobre éste punto es superflua.
Seguramente se me preguntará: ¿Debemos entonces entender que usted condena el cuerpo entero de antiguas autoridades como no confiables? ¿Y si hace eso, a qué otro grupo de autoridades recurrirá?
A lo que respondo: Lejos de considerar el cuerpo entero de autoridades antiguas como no confiables, yo insisto precisamente en que invariablemente hemos de apelar “al cuerpo entero de autoridades antiguas”, y que eventualmente debemos diferir. Las considero por lo tanto con más que reverencia: me someto a su decisión sin reservas. Indudablemente, rehuso considerar uno sólo de esos manuscritos más antiguos -ni siquiera dos o tres de ellos- como sentencia. ¿Por qué? Porque puedo demostrar que cada uno de ellos individualmente tiene un alto grado de corrupción, y está condenado por una evidencia más antigua que ellos. Condicionar mi fe en uno, dos o tres de esos excéntricos ejemplares, sería verdaderamente insinuar que el cuerpo entero de antiguas autoridades es indigno de crédito.
Es a la antigüedad, repito, a lo que apelo; y, es más, insisto que es preciso aceptar el veredicto de la antigüedad. Pero entonces, ya que por “Antigüedad” no quiero decir exactamente una autoridad antigua en singular, a pesar de su edad, con la exclusión de, y en preferencia a, todo el resto, sino que me refiero al cuerpo colectivo completo, “el cuerpo de antiguas autoridades”; propongo que sean precisamente estos los árbitros. Entonces, no me refiero al hablar de “Antigüedad” ni: (1) a la Peshitta siríaca, ni (2) a la Curetoniana siríaca, ni (3) a las versiones de la Antigua Latina, ni (4) a la Vulgata, ni (5) a las egipcias, ni (6) a ninguna otra de versión de la antigüedad, ni (7) a Orígenes, ni (8) a Eusebio, ni (9) a Crisóstomo, ni (10) a Cirilo, ni siquiera (11) a otro antiguo Padre cualquier por sí solo, ni (12) al Códice Alef, ni (13) al códice B, ni (14) al códice C, ni (15) el Códice D, ni (16) al códice a, ni, de hecho, (17) a ningún otro códice individual que ser pueda mencionar. Me sería más fácil confundir la catedral cercana con una o dos de las piedras que la componen. Por Antigüedad yo entiendo el cuerpo total de documentos que me traen la visión de la antigüedad, transportándome a la época primitiva, y familiarizándome, tanto como sea posible, con lo que fue su veredicto.
Y por simetría de razonamiento, declino por completo aceptar como decisivo el veredicto de dos o tres de éstos desafiando la autoridad precisada del todo, o de la mayoría restante.
En resumen, me niego a aceptar un fragmento de la antigüedad, arbitrariamente desgajado, en substitución de la masa completa de los antiguos testigos. Y además de ésta, también reconozco otras marcas de veracidad, como ya he afirmado; que probaré en el próximo capítulo.

“Diversas lecturas”, un expresión que confunde; la corrupción patente en B y A; cuatro pruebas de que su texto ha sido elaborado, y no el Tradicional; la equivocación de Scrivener al suponer que los textos verdaderos se deben buscar entre los unciales más antiguos; el constante desacuerdo entre uno y otro; auto empobrecimiento de algunos críticos
II El término “diversas lecturas” transmite una impresión totalmente incorrecta sobre las graves discrepancias que pueden encontrarse entre un pequeño grupo de documentos -de los cuales los códices B y Alef, del siglo IV, D, del VI, L, del VIII, son las muestras más conspicuas- y el Texto Tradicional del Nuevo Testamento. La expresión “diversas lecturas” pertenece a la literatura secular y se refiere a un fenómeno esencialmente diferente del que muestran las copias recién mencionadas. La expresión “diversas lecturas” no es tan satisfactoria para los códices sagrados como para los profanos. Uno no tiene más que examinar la obra Full and Exact Collation of about Twenty Greek Manuscripts of the Gospels, de Scrivener (1853), para convencerse del hecho. Pero cuando estudiamos el Nuevo Testamento a la luz de códices tales como B, Alef, D y L, nos encontramos en una región totalmente nueva de la experiencia, confrontados con fenómenos que además de únicos también son portentosos. El texto ha sufrido, aparentemente, una habitual, cuando no sistemática, depravación, y ha sido manipulado completamente de una manera salvaje. Han estado actuando influencias demostrables que dejan completamente perplejo el juicio. El resultado sencillamente es desastroso. Hay evidencias de una persistente mutilación, no solamente de palabras y cláusulas, sino incluso de oraciones completas. La substitución de una expresión por otra y la arbitraria transposición de palabras, son fenómenos que ocurren tan constantemente, que finalmente llega a ser evidente que lo que tenemos delante nuestro no es tanto una antigua copia, si no una antigua recensión del Texto Sagrado. Y, ciertamente, no es una recensión en el sentido usual de la palabra, como si fuese una revisión autoritativa, sino que le aplicamos sólo este nombre al producto de la inexactitud o del capricho individual o a la bárbara laboriosidad de uno o muchos, en un tiempo concreto o a través de muchos años. Hay razones para inferir que nos encontramos ante cinco muestras de lo que la piedad desviada de una época primitiva ha sido conocida por producir en profusión. De fraude, estrictamente hablando, puede haber habido poco o ninguno. Deberíamos evitar imputar un motivo maligno en donde otra materia sostendría una interpretación honorable. Pero, como veremos más tarde, esos códices muestran tantas licencias o descuidos como para sugerir la inferencia que ellos deben su preservación a que fueron desahuciados. Así, parece ser que su abandono en tiempos antiguos se debió a su mala reputación; y esto provocó que sobrevivieran hasta nuestros días, mucho después de que multitudes de manuscritos que fueron mucho mejores perecieran en el servicio al Maestro. Dejemos que los hombres piensen lo que quieran sobre este tema; lo que pueda probarse ser la historia de ese peculiar Texto, que encuentra sus principales exponentes en los códices B, Alef, D y L, en algunas copias de la Antigua Latina y en la versión Curetoniana, en Orígenes, y en menor medida en las traducciones Bohaírica y Sahídica, todos deben admitir como hecho comprobado que éste difiere esencialmente del Texto Tradicional, y que no es una mera variación suya.
¿Pero, porqué –se preguntará– no pueden ser el objeto genuino? ¿Porqué no puede ser el “Texto Tradicional” una elaboración?
1 El peso de la prueba está sobre nuestros oponentes. El consenso sin concierto de, supongamos, 990 de cada 1000 copias -de diferentes fechas que van desde el quinto V al XIV, y pertenecientes a todas las regiones de la antigua cristiandad-, es un hecho colosal que no puede ser obviado por grande que sea la ingeniosidad. La preferencia por dos manuscritos del siglo IV muy parecidos entre ellos, pero que permanecen separados en cada página, tan seriamente que es más fácil encontrar dos versículos consecutivos en los que difieran, que dos versículos consecutivos en los que concuerden del todo; tal que, aparte de no tener abundantes pruebas o ninguna claramente de que esté bien fundada, no se encuentra en condiciones para ser aceptada como concluyente.
2 Después: debido a que -aunque por conveniencia hemos hablado hasta ahora de los códices B, Alef, D y L, como presentando un solo texto- en realidad no es un texto sino fragmentos de muchos, que encontramos en el pequeño puñado de autoridades enumeradas arriba. Su testimonio no concuerda. El Texto Tradicional, al contrario, es inconfundiblemente uno.
3 Más aún, porque es extremadamente improbable, si no imposible, que el Texto Tradicional fuera o pudiera haberse derivado de documentos como B y Alef funcionando como arquetipos, mientras que la operación contraria es a la vez obvia y fácil. No es difícil producir un texto corto, mediante omisión de palabras, cláusulas o versículos, a partir de un texto más completo. Pero el texto más completo no se habría podido producir del más corto por ningún desarrollo que fuera posible en estas circunstancias.6 Las glosas se pueden justificar como cambios del arquetipo de B y Alef, pero al revés.7
4 Pero la razón principal es: porque, cuando apelamos sin reservas a la Antigüedad –a las versiones y a los Padres, así como a las copias-, el resultado es inequívoco. El Texto Tradicional se establece triunfalmente, mientras que las excentricidades de B, Alef, D y sus colegas llegan a ser todas, sin excepción, enfáticamente condenadas.
Todos estos son, mientras tanto, puntos respecto a los que ya se ha sido dicho algo, y más se habrá de decir a medida que desarrollemos el tema. Volviendo ahora al fenómeno indicado al comienzo, deseamos explicar que mientras que las “diversas lecturas”, propiamente llamadas así, es decir, las lecturas que están fuertemente atestiguadas -porque, de las “diversas lecturas” comúnmente citadas, más de diecinueve de cada veinte son solamente caprichos de escribas, y no pueden llamarse “lecturas” en absoluto-, no requieren ser clasificadas en grupos, como Griesbach y Hort las han clasificado. Las “lecturas corruptas”, si han de ser usadas inteligentemente, deben ser distribuidas por todos los medios bajo diferentes encabezados, como haremos en la segunda parte de esta obra.
III “No es nuestro plan en absoluto” -destacaba el Dr. Scrivener- “buscar nuestras lecturas de los últimos unciales, apoyados como están usualmente por la multitud de manuscritos cursivos; sino emplear su confesada evidencia secundaria en las innumerables instancias donde sus hermanos mayores están desesperadamente en desacuerdo”.8 Se evidencia claramente que, en opinión de este excelente escritor, la verdad de la Escritura ha de ser buscada en los unciales más antiguos, en primera instancia, y que solamente cuando ofrezcan un testimonio conflictivo podemos recurrir a la “confesada evidencia secundaria” de los últimos unciales, y que solamente así hemos de proceder para inquirir el testimonio de la gran masa de las copias cursivas. No es difícil prever cual sería el resultado de semejante método de actuación.
Me aventuro, a objetar, respetuosa pero firmemente, sobre el espíritu de las observaciones de mi erudito amigo en la presente y en otras muchas ocasiones similares. Su lenguaje está calculado para aprobar la creencia popular de que: (1) la autoridad de un códice uncial es, debido a que es un uncial, necesariamente mayor que la de un códice escrito en caracteres cursivos; una suposición que sostengo con pruebas que es sin fundamento. Entre el texto de los últimos unciales y el texto de las copias cursivas, no he podido detectar ninguna diferencia separadora; ciertamente tales diferencias no son como para inducirme a darle el visto bueno a los primeros. Más adelante mostraremos en este tratado, que es pura suposición garantizar, o inferir, que todas las copias cursivas descendieron de los unciales. Nuevos descubrimientos paleográficos han dictaminado que ese error esté fuera de duda.
Pero (2) especialmente objeto sobre por la noción popular, en la que lamento encontrar la importante aprobación del Dr. Scrivener, que el texto de la Escritura ha de buscarse en primer lugar en los unciales más antiguos. Me aventuro pues a mostrar mi asombro hacia el hecho que un hombre tan erudito y reflexivo no haya visto que antes de que ciertos “hermanos mayores” se erijan en tribunal supremo de justicia, alguna otra señal, además de la edad, debe presentarse a su favor. Por lo que no puedo, sino preguntar: ¿Cómo es que nadie se ha tomado el trabajo de establecer lo contradictorio de la siguiente proposición, a saber, que los códices B, Alef, C y D son los diversos depositarios de un texto elaborado y corrupto; y que B, Alef y D (porque C es un palimpsesto, puesto que tiene las obras de Efrén el sirio escritas sobre él como si no fuera útil) probablemente deben su preservación misma al hecho de que fueron reconocidos antiguamente como documentos no confiables? ¿Realmente la gente encuentra imposible entender la noción de que existieron copias rehusadas en los siglos IV, V, VI, y VII, así como en el VIII, IX, X y XI? Y ¿que los códices que llamamos B, Alef, C y D posiblemente, o probablemente, como yo sostengo, fueron de esa clase?9
Ahora, propongo que es un suficiente para condenar los códices B, Alef, C y D ante el tribunal supremo de judicial: (1) que se observa como regla general que son discordantes en sus juicios; (2) que cuando difieren entre ellos en general se puede demostrar mediante la apelación a la antigüedad que los dos principales jueces B y a dan un juicio equivocado; (3) que cuando difieren los dos anteriores entre ellos, el supremo juez B frecuentemente está errado; y, finalmente, (4) que sucede constantemente que los cuatro concuerdan y no obstante cada uno de los cuatro está equivocado.
Si alguien pregunta: ¿Por qué no se puede recurrir entonces en primera instancia a los códices B, Alef, A, C y D? Respondo: Porque la investigación está predispuesta a juzgar la cuestión, y seguramente desviará el juicio, reduciendo únicamente el asunto y haciendo que sea muy difícil alcanzar la verdad. Por esa razón, estoy inclinado a proponer el método de actuación precisamente opuesto, como el método más seguro y, a la vez, el más razonable. Cuando oigo decir que existe alguna duda respecto a la lectura de un lugar en concreto, en vez de buscar la cantidad de discordancia que existe entre los códices A, B, Alef, C y D sobre el tema (porque el caso es que habrá un enfrentado desacuerdo entre ellos), averiguo el veredicto que ofrece el cuerpo principal de las copias. Generalmente éste es inequívoco. Pero si (lo que raramente sucede) encuentro que es una cuestión dudosa, entonces ciertamente empiezo a examinar los testigos por separado. No obstante aún en ese caso esto me es de poca ayuda, o mejor, no me ayuda en nada encontrar, como comúnmente me ocurre, que A está de un lado y B del otro -excepto, dicho sea de paso, cuando Alef y B son encontrados juntos, o cuando D permanece aparte solamente con unos pocos aliados, la lectura inferior seguramente se encontrará allí también.
Supongamos no obstante (como sucede comúnmente) que no hay ninguna división seria entre copias -por supuesto, la importancia no se asocia con ningún grupo de copias excéntricas-, sino que hay una práctica unanimidad entre los cursivos y unciales tardíos. En este caso, no puedo ver que el veto pueda depender de tan inestables y discordantes autoridades, a lo sumo sólo pueden añadir mayor peso al voto ya pronunciado. Es como de cien a uno que el uncial o los unciales que están con el cuerpo principal de los cursivos sean correctos, ya que (como será mostrado) en su consenso ellos corporizan virtualmente la decisión de toda la Iglesia; y que los disidentes -sean pocos o muchos- están errados. Pero, pregunto: ¿Qué dicen las versiones?, y por último, aunque no por ello menos importante: ¿Qué dicen los Padres?
El error esencial del procedimiento que objeto se ilustra mejor apelando a hechos elementales. Solamente dos de los “cinco unciales antiguos” son documentos completos, B y Alef; y, dado que confesadamente ambos derivan de un mismo ejemplar único, no pueden considerarse como dos. El resto de los “unciales antiguos” son lamentablemente defectuosos. Del códice Alejandrino (A) se han perdido los primeros veinticuatro capítulos del Evangelio de Mateo, es decir, que el manuscrito carece de 870 versículos sobre 1071. El mismo códice carece de 126 versículos consecutivos del Evangelio de Juan. Así pues, la cuarta parte del contenido del códice A en los Evangelios se ha perdido.10 D está completo únicamente en lo que respecta a Lucas; faltan 119 versículos de Mateo, 5 versículos de Marcos y 166 versículos de Juan. Además, el códice C es defectuoso principalmente respecto a los Evangelios de Lucas y de Juan, ya que omite del primero 643 versículos sobre 1.151, y del último 513 sobre 880; o sea, mucho más de la mitad en cada caso. El códice C, de hecho, únicamente puede ser descrito como una colección de fragmentos, porque también le faltan 260 versículos de Mateo, y 116 de Marcos.
Las desastrosas consecuencias de todo esto para el crítico textual son evidentes. Únicamente le es posible comparar los “cinco antiguos unciales” juntos un versículo de cada tres. En ocasiones está limitado al testimonio de A, Alef y B; para muchas páginas juntas del Evangelio de Juan está limitado al testimonio de Alef, B y D. Ahora, cuando se considera la fatal y peculiar simpatía que subsiste hacia esos tres documentos, llega a ser evidente que el crítico tiene de hecho poco más que dos documentos ante él. Y ¿qué diremos cuando (como en Mateo 6: 20 a 7:4) está limitado al testimonio de dos códices, y estos son Alef y B? Evidentemente sucede que, mientras que el Autor de la Escritura ha provisto bondadosa y abundantemente a su Iglesia con (aproximadamente) más de 2.30011 copias de los Evangelios, por un acto voluntario de autoempobrecimiento, algunos críticos se restringen al testimonio de poco más de uno; y ese uno es un testigo a quien muchos jueces consideran indigno de confianza.

Notas:
1Existen, pero, alrededor de 200 manuscritos de la Ilíada y la Odisea de Homero, y alrededor de 150 de Virgilio. Pero en el caso de muchos libros las autoridades existentes son muy escasas. Así, por ejemplo, no hay más que treinta de Esquilo, y W. Dindorf dice que son copias de un ejemplar del siglo XI. Solamente unas pocas de Demóstenes, las más antiguas del siglo X o XI. Solamente una autoridad para los primeros seis libros de los Anales de Tácito (ver también la Introducción de Madvig). Solamente una para las Clementinas. Solamente una para la Didaché, etc. Ver el Companion to School Classics de Gow, Macmillan & Co. 1888.
2“He ayudado a mi amigo Scrivener en ampliar grandemente la lista de Scholz. De hecho, hemos elevado el número de ‘Evangelia’ [copias de los Evangelios] a 621. De ‘los Hechos y Epístolas Católicas’, a 239. De ‘Pablo’, a 281. De Apocalipsis, a 108. De los ‘Evangelistaria’ [copias de leccionarios de los Evangelios], a 299. Del libro llamado ‘Apóstolos’ [copias de leccionarios de los Hechos y las Epístolas], a 81. Haciendo un total de 1629. Pero al final de una prolongada y laboriosa correspondencia con los custodios de no pocas grandes bibliotecas continentales, puedo afirmar que nuestros ‘Evangelia’ ascienden al menos a 739. Nuestros ‘Hechos y Epístolas Católicas’, a 261. Nuestros “Pablo’, a 338. Nuestros ‘Apocalipsis’, a 122. Nuestros ‘Evangelistaria’, a 415. Nuestras copias de ‘Apóstolos’, a 128. Haciendo un total de 2003. Esto muestra un incremento de tres cientos setenta y cuatro” (Revisión Revised, p. 521). Pero desde la publicación de los Prolegomena del Dr. Gregory, y de la cuarta edición de Plain Introduction to the Criticism of the New Testament, luego de la muerte de John Burgon, la lista se ha incrementado considerablemente. En la cuarta edición de la Introduction (apéndice F) el número total bajo las seis categorías de ‘Evangelia’, ‘Hechos y Epístolas Católicas’, ‘Pablo’, ‘Apocalipsis’, ‘Evangelistaria’ y ‘Apóstolos’, alcanzan casi las 3.829, y se calcula que una vez se incorporen todas serán más de 4.000. Los manuscritos separados (algunos se han contado más de una vez en el cálculo anterior) ya son más de 3.000.
3Evan. 481 está fechado en el 835 d.C. ; Evan. S. está fechado en el 949 d.C.
4O, como algunos piensan, a finales del siglo II.
5A C S (F en Mateo) con otros catorce unciales, la mayoría de los cursivos, cuatro de la Antigua Latina, la gótica, Ireneo, etc.
6Ver volumen II.
7Todas estas cuestiones se entienden mejor mediante una ilustración. En Mateo 13:36, los discípulos dicen a nuestro Señor: “Decláranos (…) la parábola de la cizaña”. Todos los cursivos (y los unciales tardíos) concuerdan en esta lectura. ¿Por qué entonces Lachmann y Tregelles (no Tischendorf) exiben diasa/fhson? Solamente porque ellos encontraron … en B. De haber sabido que la primera lectura del códice a exhibía también esa lectura, habrían estado más confiados que nunca. ¿Pero que pretexto puede haber para asumir que la lectura Tradicional de todas las copias no es confiable aquí? La alegato de la antigüedad no puede argüirse, porque Orígenes lee Fra/son cuatro veces. Las versiones no nos ayudan. ¿Qué otra cosa es diasa/fhson sino clara glosa? … (elucida) explica Fra/son, pero Fra/son (di) no explica diasa/fhson.
8Edición de Miller de Plain Introduction to the Criticism of the New Testament, de Scrivener,, vol. I, p. 277.
9Es de destacar que la suma de la evidencia de Eusebio está en contra de los unciales. No obstante, lo más probable parece ser que tuvo B y a ejecutado del … o copias “críticas” de Orígenes. Ver más adelante, capítulo IX.
10o sea, 996 versículos sobre 3.780
11Scrivener, F. A. H. A Plain Introduction to the Criticism of the New Testament (4ª edición de Miller), vol. I, apéndice F, 1326+73+980 = 2379.

El Texto tradicional del Nuevo Testamento (1): Argumentos preliminares.



Ofrecemos en las páginas que siguen una primicia en castellano, la traducción de la obra de John Burgon El Texto Tradicional del Nuevo Testamento. Ante la imposibilidad de publicar el texto en formato de libro impreso, queremos ofrecer entre tanto algunos de sus capítulos. Es una obra clásica de crítica textual en defensa del Texto Receptus del Nuevo Testamento, por uno de los eruditos más importantes, contemporáneo de Wescott y Hort.


INTRODUCCIÓN


Unas pocas observaciones al comienzo de este tratado, que fue dejado inacabado por John Burgon con su repentina muerte, pueden hacer más comprensible su objetivo y perspectiva a muchos lectores.
La crítica textual del Nuevo Testamento es una profunda investigación sobre cual es el texto griego genuino -el verdadero texto de los santos Evangelios, de los Hechos de los Apóstoles, de las Epístolas Paulinas y Apostólicas, y del Apocalipsis-. Puesto que ello concierne al texto solamente, está dentro del campo de la baja crítica, según la nomenclatura alemana, así como el examen crítico del significado, con todas sus referencias y conexiones concomitantes, constituiría la alta crítica. Es por esto que es el preludio necesario para cualquier investigación científica sobre el lenguaje, el sentido y la enseñanza de los diversos libros del Nuevo Testamento, y debe realizarse siguiendo principios científicos y definidos. El objeto de este tratado es llegar al establecimiento general de esos principios. Con éste propósito John Burgon ha despojado la discusión de todo disfraz extraño, y la ha llevado adelante lúcidamente en múltiples detalles, a fin de que el uso de términos difíciles o sentencias complicadas no pudiera sembrar alguna mistificación sobre la cuestión discutida, y para que toda persona inteligente interesada en estas cuestiones -y ¿quién no lo está?- pueda entender los asuntos y sus pruebas.
En tiempos muy antiguos, hubo muchas variaciones en el texto del Nuevo Testamento, y particularmente de los santos Evangelios. Nosotros trataremos principalmente esos cuatro libros como constituyendo el apartado más importante para acotar un área más pequeña, y por ser más conveniente para la presente investigación. Lo que suscitó en la Iglesia una gran diversidad en palabras y expresiones. En consecuencia, la escuela de teología científica de Alejandría, en la persona de Orígenes, fue la primera que encontró necesario tomar conocimiento de la materia. Cuando Orígenes se trasladó a Cesarea, llevó sus manuscritos con él, y parece que constituyeron el fondo con el que se inició la célebre biblioteca de esa ciudad, que más tarde fue ampliada por Pánfilo y Eusebio, y también por Acacio y Euzoio1, que fueron los sucesivos obispos del lugar. Durante la vida de Eusebio, sino bajo su cuidado y control, los dos manuscritos unciales más antiguos existentes hasta ahora descubiertos, conocidos como B y Alef, o Vaticano y Sinaítico, fueron realizados en forma elegante y exquisita caligrafía. Pero poco después, a mediados del siglo IV -como ambas escuelas de críticos textuales concuerdan- un texto diferente al B y Alef alcanzó aceptación general y fue aumentándola hasta ser el predominante en el siglo VIII, superando a los de finales del siglo IV, llegando a prevalecer de tal manera en el cristianismo, que el pequeño número de manuscritos concordantes con B y Alef no eran de compararse con los muchos que diferían de esos dos. Así, el problema del siglo IV anticipó el problema del siglo XIX.
¿Estamos a favor de que el genuino texto del Nuevo Testamento siga a los manuscritos Vaticano y Sinaítico y a los otros pocos que concuerdan básicamente con ellos, o seguiremos al cuerpo principal de manuscritos del Nuevo Testamento, que a finales del siglo en que aquellos dos fueron realizados, ya dominaban el campo de batalla, y lo han continuado dominando desde entonces? Ese es el problema que este tratado se propone resolver, es decir, cual de esos dos textos o conjuntos de lecturas tiene mejor testimonio, y puede retroceder en el tiempo mediante la evidencia más poderosa hasta los autógrafos originales.
Es necesario decir ahora unas pocas palabras para describir y dar cuenta de como esta actualmente la controversia.
Después de la invención de la imprenta en Europa, la crítica textual comenzó a emerger nuevamente. Su desarrollo se puede dividir en cuatro etapas, que podemos denominar respectivamente: infancia, adolescencia, juventud e incipiente madurez2.

I. Erasmo editó en 1516 el Nuevo Testamento sobre la base de un número muy pequeño de manuscritos, seguramente sólo cinco, reconocidos en aquella época. Seis años después apareció la edición Complutense dirigida por el Cardenal Ximenes, que fue impresa dos años antes que la de Erasmo. Robert Stephen, Teodoro Beza, y también los Elzevirs, como es bien conocido, publicaron sus propias ediciones. En la última edición de los Elzevirs, publicada en 1633, apareció por primera vez la expresión “Textus Receptus”, tan ampliamente usada. El único objeto en este período era adherirse fielmente al texto recibido por todas partes.

II. En el siguiente período, la evidencia de los manuscritos, las versiones, y los Padres fue recopilada principalmente por Mill y Wetstein. Bentley pensó en retroceder hasta el siglo IV para buscar una evidencia decisiva. Bengel y Griesbach enfatizaron sobre las familias y las recensiones de los manuscritos, que marcaron el camino para apartarse del estándar recibido. El cotejo de manuscritos fue llevado a cabo por esos dos críticos y por otros hábiles eruditos, y especialmente por Scholz. Los materiales aumentaron, y aparecieron multitud de teorías. Mucho de lo que era impreciso y elemental se entremezcló con la promesa de que en el futuro se probaría más satisfactoriamente.

III. El líder en la siguiente etapa fue Lachmann, quien comenzó a descartar las lecturas del Texto Recibido, suponiendo que éste únicamente tenia dos siglos de antigüedad. Como las autoridades eran inconvenientemente innumerables, limitó su atención a los pocos que concordaban con los unciales más antiguos conocidos en el momento, es decir, el llamado L (Regius de París), uno o dos otros fragmentos de unciales, unos pocos de cursivos, unos manuscritos de la Antigua Latina, y un número reducido de Padres antiguos, reuniendo normalmente unos seis o siete en total para cada lectura individual. Tischendorf, el descubridor de Alef, el hermano gemelo de B, y cotejador de un gran número de manuscritos, siguió a Lachmann en lo principal, como también lo hizo Tregelles. Y el Dr. Hort, quien, con el obispo Westcott, comenzó a teorizar y trabajar cuando la influencia de Lachmann estaba en su punto más alto, en una muy ingeniosa y elaborada Introducción defendió los dos unciales más antiguos -especialmente B- y su reducido número de seguidores. Admitiendo que el Texto Recibido es, tan antiguo, como de mediados del siglo IV, Hort argumentó que estaba separado por más de dos siglos y medio de los autógrafos originales y que, de hecho, tomó importancia en Antioquía, por lo que debería llamarse “Sírio”, a pesar de reconocer que era el predominante desde finales del siglo IV. El llamó “Texto Neutral” a las lecturas de las que B y Alef eran los principales exponentes, y sostuvo que ese texto podía remontarse hasta los genuinos autógrafos.4

IV. He colocado en último lugar los inicios de la escuela opuesta como evidenciando signos de incipiente madurez científica, no porque admitamos que ellos la evidencien, que no es el caso, sino debido a sus méritos intrínsecos, que serán desarrollados en este volumen, y a la adición inmensa hecha recientemente de autoridades a nuestro depósito, como también a la influencia indirecta ejercida recientemente por los descubrimientos alcanzados en otras procedencias.5 Ciertamente, se busca establecer una mayor provisión de autoridades válidas, y un método más acertado para usarlas. Los líderes que han defendido este sistema han sido: el Dr. Scrivener, en un grado limitado, y especialmente John Burgon. Debe entenderse, en primer lugar, que nosotros no abogamos por la perfección del Textus Receptus. Nosotros reconocemos que requiere revisión aquí y allí. En el texto que dejó John Burgon,6 se sugieren alrededor de 150 correcciones solamente en el Evangelio de Mateo. Lo que nosotros defendemos es el Texto Tradicional, remontándolo a las épocas más antiguas de las cuales no tenemos ningún registro. Confiamos en el testimonio completo y la visión más clara de toda la evidencia. En humilde dependencia de Dios el Espíritu Santo, quien, afirmamos, ha multiplicado los testimonios a lo largo de las edades de la Iglesia, y cuya causa creemos defender, solemnemente requerimos a los muchos estudiantes de la Biblia, que actualmente están firmemente en pos de la verdad, sopesar sin prejuicio lo que decimos, orando que ello pueda contribuir en algo al establecimiento de las verdaderas expresiones empleadas en la genuina Palabra de Dios.

Notas:
1Ver Jerónimo, Epist. 34 (Migne, XXII, p. 448). El códice V de Filón tiene la siguiente inscripción: Eªzø› ®pskopoq ®n svmatoiq anene√sato, que quiere decir: transcrito de papiro a pergamino. Edición de Filón de Leopold Cohn, De Opiticiis Mundi, Bratislava, 1889.
2ver mi Guide to the Textual Criticism of the New Testament, pp. 7-37. George Bell and Sons, 1886.
3Para una estimación de la gran labor de Tischendorf, ver el artículo sobre el Testamento Griego de Tischendorf en Quaterly Review, julio de 1895.
4 La teoría del Dr. Hort, que es generalmente mantenida para suplir la explicación filosófica de los principios mantenidos por la escuela crítica que apoya a B y a como las fuentes preeminentes del texto correcto, puede ser estudiada en su Introducción. También es explicada y refutada en mi Guide to the Textual, pp. 38-59; y ha sido poderosamente refutada por John Burgon en The Revision revised, artículo III, o en el nº 306 del Quaterly Review, sin réplica.
5Quaterly Review, julio de 1895, “Tischendorf´s Greek Testament”.
6ver Prefacio.



ARGUMENTOS PRELIMINARES

Importancia del tema; necesidad de una nueva avance y franqueza en la investigación
En las siguientes páginas propongo discutir un problema de la mayor dignidad e importancia:1 ¿sobre qué principios se determinará el verdadero texto de las Escrituras del Nuevo Testamento? Mi tema es el texto griego de estas Escrituras, particularmente de los cuatro Evangelios; mi propósito, el establecimiento de ese texto sobre una base inteligible y digna de confianza.
Antes de 1880 no conocemos la existencia de ningún principio establecido, lo prueba el hecho de que los críticos más famosos no sólo difirieron considerablemente entre ellos, sino también en ellos mismos. Hasta entonces todo en este campo fue empirismo. De vez en cuando aparecía una sección, un capítulo, un artículo, un panfleto, un ensayo tentativo, y algunos de ellos eran excelentes en su género. Pero nosotros necesitamos algo mucho más metódico, argumentado y completo, que sea compatible con tan estrechos límites. Aún donde un relato de los hechos se ampliaba, ofreciendo mayor plenitud y exactitud, había la ausencia de un principio científico suficiente para guiar a los estudiantes a tomar una determinación satisfactoria y sólida de tan difíciles cuestiones. Las últimas dos ediciones de Tischendorf difieren entre sí al menos en 3.572 detalles. En 1872 contradijo en cada página lo que en 1859 había ofrecido como el resultado de su meditada opinión. Cada uno, para hablar claramente, fuese un experto o un mero principiante, se consideraba competente para sentenciar sobre cualquier lectura reciente que se presentase a su consideración. Fuimos informados que “según todos los principios de la sana crítica”, esta palabra debía ser conservadas y la otra rechazada. Pero hasta la aparición de la disertación del Dr. Hort, nadie fue tan amable de decirnos cuáles eran los principios a los que se referían, mediante la aplicación fiel de los cuales llegaríamos por nosotros mismos al mismo resultado. Y la teoría de Hort, como mostraremos más adelante, implica la violación de demasiados principios generalmente aceptados, y está desprovista de algo que la pruebe, para alcanzar una aceptación universal. En realidad, es fácilmente verificable el evidente antagonismo que mantiene con el juicio pronunciado por la Iglesia a lo largo de las edades, y que en muchos aspectos no concuerda con las enseñanzas de los críticos más célebres que le precedieron.
Confío que se me perdonará si, en el curso de la presente investigación, me aventuro a salir del camino trillado, y a llevar hacia adelante a mis lectores en un estilo algo más humilde que el que ha sido habitual por mis predecesores. Cada vez que han entrado a considerar los principios, siempre han empezado estableciendo un conjunto de proposiciones sobre la base de su propia autoridad, algunas de las cuales, lejos de ser axiomáticas, son repugnantes a nuestro juicio, y son halladas falsas en la manera en que se presentan. Es verdad que yo también tendré que empezar pidiendo la aceptación de algunas posiciones fundamentales, pero me aventuro a prometer que todas ellas son evidentes por si solas. Estaré muy equivocado si ellas tampoco nos llevan a unos resultados muy diferentes de aquéllos que han sido recientemente favorecidos por muchos de los escritores y maestros más avanzados.
Ante todo pido a cada lector juicioso que se esfuerce para aproximarse a este tema con una actitud imparcial. Sería irrazonable esperar que tendrá éxito en despojarse de todas las nociones preconcebidas acerca de lo que es o no probable; pero le invito al menos a ser tan imparcial como le sea posible, para estar dispuesto a dejarlas si en cualquier momento se le demuestra que están fundamentadas sobre un error; y a tomar la decisión de no asumir como garantizado nada que admita ser probado como verdadero o falso. Y, para enfrentar una objeción que seguramente se hará contra mí, cuando digo “probar evidentemente” únicamente me refiero a lo más próximo a una demostración que sea factible sobre esta cuestión.
Así, pido que, excepto que se pueda probar de alguna manera, no se tome como un hecho que una copia del Nuevo Testamento escrita en el siglo IV o V presentará un texto más fidedigno que una escrita en el XI o XII. Que efectivamente, entre dos documentos antiguos se espere que el más antiguo pueda razonablemente ser el más fidedigno, no quiero discutirlo, ni lo discutiré aquí; aunque la probabilidad que sea así no es axiomática. No se encontrará, me atrevo a decir, que en la mayoría de las veces una copia del siglo XIV de los Evangelios puede exhibir la verdad de la Escritura, mientras que la copia del siglo IV demuestre ser siempre la depositaria de un texto fabricado. Sólo pido que, hasta que el asunto se haya investigado completamente, los hombres suspendan su juicio sobre este punto: no tomando como un hecho nada que necesite ser comprobado, y no considerando algo como ciertamente verdadero o falso hasta que se demuestre que es así.

La crítica textual sagrada difiere de la profana; el Nuevo Testamento atacado desde el principio
Lo que distingue la ciencia sagrada, de toda otra ciencia que podamos mencionar, es que ésta es Divina, y tiene que ver con un Libro que es inspirado, el verdadero autor del cual es Dios. Es por esto que nosotros asumimos que la Biblia debe ser tomada como inspirada, y no considerarla al mismo nivel que los libros orientales que son considerados sagrados por sus devotos. Es principalmente por no advertir esta circunstancia, que prevalecen conceptos falsos en el campo de la ciencia sagrada conocido como “crítica textual”. Aunque son conscientes de que el Nuevo Testamento no es como cualquier otro libro en su origen, su contenido, su historia, muchos críticos actuales se permiten, no obstante, discurrir acerca de su Texto, como si no abrigaran la sospecha de que las palabras y frases de las que está compuesto estuvieran señaladas para experimentar un destino extraordinario. No están dispuestos a conceder que influencias de un tipo completamente diferente a las que la literatura profana está familiarizada se han hecho sentir en este campo, y, por consiguiente, que aun aquellos principios de crítica textual que los autores profanos consideran fundamentales son a menudo inadecuados en este caso.
Es imposible que todo esto pueda ser captado demasiado claramente. De hecho, a menos que los que se dedican al estudio de las palabras del Nuevo Testamento, estén convencidos de que se mueven en un terreno diferente, en el que les esperan fenómenos únicos a cada paso, y en el que hace mil setecientos cincuenta años causas corruptoras desconocidas en cualquier otro campo del conocimiento actuaron enérgicamente, no puede hacerse progresos reales en éste debate. Los hombres deben, por todos los medios, librar sus mentes de los prejuicios que produce el estudio de la literatura profana. Permítame explicar esta cuestión un poco más detalladamente, y establecer la racionalidad de lo anterior mediante algunas consideraciones simples que deben, creo, convencer. No ofreceré opiniones, únicamente apelaré a ciertos hechos innegables. Lo que yo desapruebo, no es el uso discriminado de una crítica respetuosa, sino el confundir torpemente puntos esencialmente diferentes.
En cuanto se reconoció la obra de los Apóstoles y Evangelistas como la necesaria contraparte y el complemento de las antiguas Escrituras de Dios, y conformó el “Nuevo Testamento”, se encontró que el mundo la recibió de una manera muy similar a como lo hizo con Aquél que es el tema de sus páginas. Calumnia y tergiversación, persecución y odio asesino, le asaltaron a continuamente. Y lo mismo les sucedió a la Palabra escrita, desde el principio fue vergonzosamente manipulada por los hombres. No sólo fue oscurecida por la debilidad y la equivocación humana, sino que también se volvió el objeto de una malicia incesante y de ataques implacables. Marción, Valentín, Basílides, Heracleón, Menandro, Asclepíades, Teodoto, Hermófilo, Apolónides y otros herejes adaptaron los Evangelios a sus propias ideas. Taciano, y después Amonio, confundieron con sus intentos por armonizar los cuatro Evangelios, o Diatesarón,2 o haciendo un intrincado arreglo por secciones, trayendo como resultado que las palabras de un Evangelio se asimilaron a las de otro. 3 La falta de familiaridad con las sagradas Palabras en las primeras épocas, el descuido de los escribas, la enseñanza incompetente y la ignorancia del griego en Occidente, llevaron a la posterior corrupción del Texto Sagrado. Luego, debido a la existencia de un gran número de copias corruptas, surgió la necesidad de una recensión, que fue realizado por Orígenes y su escuela. Esta fue una fatal necesidad, que se hizo sentir en una época en que los principios básicos de la ciencia no eran entendidos; porque “corregir” fue demasiado frecuentemente en aquellos días otra palabra para “corromper”. Y esto es lo primero que debe ser brevemente explicado y afirmado: pero más de un contrapeso fue provisto bajo la soberana providencia de Dios.

El predominio de la providencia; condiciones únicas y abrumadora masa de evidencia
Antes de que nuestro Señor ascendiera al Cielo dijo a Sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo, quien lo supliría y moraría con su Iglesia para siempre. Agregó la promesa de que la función de ese Espíritu inspirador no sería sólo la de recordarles3 todas las cosas que les había dicho,4 sino también la de “guiar” a Su Iglesia “a toda la verdad” o completamente a la verdad.5 En consecuencia, el primer gran logro de aquel tiempo fue cumplido al proveer a la Iglesia de las Escrituras del Nuevo Testamento, en las que la enseñanza autorizada fue sagradamente preservada en forma escrita. Y primero, guiándolos para discernir, de entre aquellos muchos evangelios sobre los que personas incompetentes habían “puesto sus manos” para escribir o compilar de entre mucho material flotante de naturaleza oral o escrita, cuatro que eran completamente diferentes del resto, aquellos que eran la verdadera Palabra de Dios.
Por tanto no existe razón alguna para suponer que el Agente Divino, que primeramente dio a la humanidad las Escrituras de verdad, inmediatamente abdicara en su función, no tuviera ningún cuidado posterior por su obra y abandonara esos preciados escritos a su suerte. Que un milagro perpetuo se produjera para su preservación –que los copistas fueran protegidos del riesgo de error, o del mal, prevenidos de adulterar vergonzosamente las copias del Depósito–, se presume que nadie puede ser tan poco razonable como para suponerlo. Pero es algo completamente diferente afirmar que durante todas las edades las Sagradas Escrituras necesariamente deben haber sido el especial cuidado de Dios; que la Iglesia bajo su acción las ha vigilado con inteligencia y habilidad; que ha reconocido que copias exhibían un texto fabricado, y cuales fueron honestamente transcritas; generalmente avalando una y desaprobado las otras. Estoy muy poco dispuesto a creer –parece tan groseramente improbable– que después de 1800 años 995 copias de cada 1000, supongamos, se compruebe que son poco fiables; y que, contrariamente, las una, dos, tres, cuatro o cinco que restan, cuyos contenidos eran hasta ayer tan buenos como desconocidos, se encuentre que han preservado el secreto de lo que el Espíritu Santo inspiró originalmente. Soy absolutamente incapaz de creer, en resumen, que la promesa de Dios haya fallado tan completamente, que después de 1800 años mucho del texto del Evangelio debió de hecho ser sacado de un cesto de papeles por un crítico alemán en el convento de Santa Catalina; y que todo el texto tuvo que ser remodelando según el modelo fijado por un par de copias que habían permanecido abandonadas durante quince siglos, y que probablemente debían su supervivencia a dicho abandono, mientras cientos de otras habían sido usadas hasta hacerse pedazos, y habían legado su testimonio a las copias que si hicieron de ellas.
He dicho lo anterior pensando en las personas que simpatizan con mi creencia. Para otros será necesario presentar el argumento de una manera diferente. Recuérdese, que en los primeros tiempos existió gran abundancia de copias; que en la Iglesia siempre se sintió la necesidad cuidar celosamente las Santas Escrituras; que sólo de la Iglesia hemos aprendido cuáles son los libros de la Biblia y cuáles no lo son; que en la época en la que el canon fue fijado, y en la que se presume por muchos críticos que se introdujo un texto adulterado, la mayoría de los intelectuales del Imperio Romano se encontraba dentro de la Iglesia, y se dedicaron a las cuestiones discutidas; que en las edades que siguieron el arte de transcribir alcanzó un gran nivel de perfección; y que el veredicto de los diversos períodos desde la producción de aquellos dos manuscritos ha sido hasta hace pocos años a favor del Texto que ha sido transmitido en sucesión. Se ha de tener presente que el testimonio no ha sido sólo de todas las edades, sino también de todos los países; y como mínimo se presentará una presunción tan fuerte a favor del Texto Tradicional, que ciertamente se necesita una poderosa argumentación para alterarla. Este no puede ser derrotado por teorías fundamentadas en consideraciones internas -frecuentemente llamadas de otra manera por gustos personales-, o por simpatías o antipatías eruditas, o por recensiones ficticias, o por cualquier selección arbitraria de manuscritos favoritos, o por una división forzada de las autoridades en familias o grupos, o por una aplicación deformada del principio de genealogía. En la determinación de lo que constituye el Texto Sagrado, debe seguirse estrictamente las leyes de la evidencia. En cuestiones relacionadas con la Palabra inspirada no tienen lugar la mera especulación ni la irracionalidad. En resumen, el Texto Tradicional, establecido sobre la inmensa mayoría de autoridades y sobre la Roca de la Iglesia de Cristo, será considerado, tras su examen sin comparación, superior a un texto del siglo XIX, independientemente de la habilidad e ingeniosidad que se pueda usar en su elaboración o defensa.

La autoridad de la Iglesia; la admisión de Hort; existencia y transmisión del Texto Recibido
¿Porque todavía nunca se ha prestado la debida atención a una circunstancia que, debidamente entendida, abriría una gran vía para establecer el texto de las Escrituras del Nuevo Testamento sobre una base sólida? Me refiero al hecho de que una cierta exhibición del Texto Sagrado -la exhibición de éste con la que estamos todos tan familiarizados- descansa sobre la autoridad eclesiástica. Generalmente hablando, el Texto Tradicional de las Escrituras del Nuevo Testamento, así como el canon del Nuevo Testamento, descansa sobre la autoridad de la Iglesia Universal. “Nos guste o no” (comentó un erudito escritor del primer cuarto del siglo XIX), “el presente canon del Nuevo Testamento es, ni más ni menos, el que validaron los obispos cristianos ortodoxos, y no sólo los del siglo I o II, sino también los del III y IV, e incluso de los siguientes.6 De igual manera, independientemente de que los hombres lo quieran o no, es un hecho evidente que el Texto griego Tradicional del Nuevo Testamento es ni más ni menos que el que validaron los obispos cristianos griegos ortodoxos, y si no como nosotros sostenemos durante los siglos I, II o III, es indiscutible que lo fue en los IV y V, e incluso los siguientes. Felizmente, la cuestión es un punto sobre el cual los discípulos más avanzados de la escuela moderna están completamente de acuerdo con nosotros. El Dr. Hort declara que “el texto fundamental de los manuscritos griegos tardíos existentes, en general y más allá de toda duda, es idéntico al texto dominante Antioqueño o Greco-sirio de la segunda mitad del siglo IV. La mayoría de los manuscritos existentes, escritos entre el siglo III o IV y el X u XI, debieron haber tenido en el mayor número de las variaciones existentes un original común contemporáneo con nuestros manuscritos más antiguos, o aún más antiguo que ellos”.7 Y añade, “Antes de finales del siglo IV, como hemos dicho, un texto griego no diferente al texto casi universal del siglo IX y de la Edad Media era el dominante, probablemente por mandato, en Antioquía, y ejerció mucha influencia en otras partes”.8 La mención de “Antioquía” es característico del escritor, completamente arbitrario. Un solo Texto Tradicional, excepto comparativamente en pocos detalles, ha prevalecido en la Iglesia desde el principio hasta ahora. Es especialmente merecedora de atención la admisión de que el Texto en cuestión es del siglo IV, al que también pertenecen los dos más antiguos de nuestros códices sagrados (B y Alef). Se observa el mismo fenómeno en los leccionarios de la Iglesia. Ellos han prevalecido en acuerdo ininterrumpido desde tiempos muy antiguos, probablemente desde los días de Crisóstomo,9 y han mantenido sin cambio, en lo principal, la forma de las palabras con las que fueron moldeados originalmente en el “invariable Oriente”.
Y ciertamente, el problema se presenta ante nosotros (¡Dios sea alabado!) en un forma singularmente conveniente, singularmente inteligible. Desde el siglo XVI -también lo debemos a la buena providencia de Dios- un mismo texto de las Escrituras del Nuevo Testamento ha sido generalmente recibido. No lo digo en defensa del “Textus Receptus”, simplemente estoy declarando el hecho de su existencia. Que éste no tiene una autoridad obligatoria, más aún, que requiere experta revisión en cada parte, es admitido libremente. No creo que éste sea completamente idéntico al verdadero Texto Tradicional. Su existencia, no obstante, es un hecho del cual no podemos escapar. Felizmente, la cristiandad occidental ha estado satisfecha empleando el mismo texto por más de trescientos años. Si se objeta, como probablemente se hará: “¿Entonces usted piensa confiar en los cinco manuscritos usados por Erasmo?”; yo responderé que las copias empleadas fueron seleccionadas porque se sabía que representaban con exactitud la Palabra sagrada; que el origen del texto fue evidentemente defendido con celoso cuidado, así como fue preservada la genealogía humana de nuestro Señor; que éste descansa principalmente en el más amplio testimonio; y que allí donde de éste discrepa con la evidencia mayoritaria, allí creo que requiere corrección.
La pregunta que se plantea entonces, y que necesariamente debe ser contestada afirmativamente antes de que una sola sílaba del texto actual sea cambiada, siempre será la misma: ¿Es seguro que la evidencia en favor de la nueva lectura propuesta es suficiente para autorizar la innovación? Porque confío que todos estaremos de acuerdo en que ante la ausencia de una respuesta afirmativa a esta pregunta, el texto no puede ser alterado en ninguna manera. Acertada o equivocadamente ha tenido la aprobación de la cristiandad occidental durante tres siglos, y actualmente domina el campo. Por consiguiente, el asunto que tenemos ante nosotros lo podríamos formular así: ¿Qué consideraciones han de determinar nuestra aceptación de una lectura que no esté en el Texto Recibido? o, para decirlo de una manera más general y básica: ¿Cuales determinarán nuestra preferencia de una lectura sobre otra? Porque hasta que se llegue a alguna clase de entendimiento sobre este punto, el progreso es imposible. No puede haber una crítica textual científica, y por consiguiente, no puede haber seguridad sobre la Palabra inspirada, mientras el juicio subjetivo –que fácilmente puede degenerar en un capricho personal– pueda determinar las lecturas que se han de rechazar y las que se han de retener.
En el siguiente capítulo discutiré los principios que deben formar el fundamento de esta ciencia. Entretanto, son necesarias algunas palabras para explicar el problema existente entre mí y aquellos críticos con quienes soy incapaz de concordar. Debo, si puedo, llegar a algún entendimiento con ellos; y usaré toda la claridad del lenguaje para que puedan ser completamente entendidas mi posición e intenciones.

La cuestión de la mayoría frente a la minoría; el alegato de la antigüedad de la minoría es virtualmente la pretensión de una sutil intuición; imposibilidad de un compromiso
Aunque pueda parecer extraño, es innegablemente cierto que toda la controversia puede reducirse al siguiente asunto en concreto: ¿Mora la verdad del Texto de las Escrituras en la gran multitud de copias, unciales y cursivas, entre las cuales nada hay más notable que el maravilloso acuerdo que existe entre ellas? O, ¿es preferible suponer que la verdad reside exclusivamente en un muy pequeño grupo de manuscritos, los cuales a la vez difieren de la gran masa de testigos, y -es extraño decirlo- también entre ellos mismos?
Los defensores del Texto Tradicional propugnan que el consenso sin concierto de tantos cientos de copias, realizadas por personas diferentes, en momentos diversos, en regiones de la Iglesia ampliamente separadas, es una prueba que indica su fidelidad, que nada puede invalidar a menos que haya alguna clase de demostración de que son guías poco fiables.
Los defensores de los antiguos unciales –porque ése es el texto exhibido por uno o más de los cinco códices unciales conocidos como B, Alef, A, C y D que se establecido con tanta confianza– están obligados a clamar que la verdad debe residir exclusivamente en los objetos de su elección. Parece que basan su pretensión en la “antigüedad”, pero la verdadera confianza de muchos de ellos yace en la pretensión de una sutil intuición que les permite reconocer una lectura verdadera o el texto verdadero cuando lo ven. No es extraño que no impresione a tales críticos que aprueban algo que debe ser demostrado. Sea como fuera, el hecho es que lecturas fundadas exclusivamente en el códice B, o en el códice Alef, o en el códice D son a veces adoptadas como correctas. Ni el códice A ni el códice C nunca les inspiran una confianza similar. Pero el consentimiento como testigos, de ambos o de uno de los dos, siempre es aceptable. Ahora bien, es notable que los cinco códices mencionados nunca se han hallado, a menos que esté equivocado, del todo de acuerdo.
Esta cuestión se discutirá más ampliamente en el siguiente tratado. Aquí sólo es necesario insistir adicionalmente sobre el hecho que, hablando en general, es imposible el compromiso sobre estos asuntos. La mayoría de la gente actualmente se inclina a destacar ante cualquier controversia que la verdad reside entre los dos combatientes (y a la mayoría nos gustaría encontrar a nuestros oponentes a medio camino). La presente disputa desafortunadamente no admite tal decisión. El conocimiento real de los numerosos puntos en cuestión revela la imposibilidad de tomar una resolución como esta. Esto depende, no de la actitud, o el temperamento, o la inteligencia de los partidos enfrentados: sino sobre los rígidos e incompatibles elementos de la materia de la disputa. Por mucho que podamos lamentarlo, lo cierto es que no hay otra solución.
De hecho sólo existen dos escuelas rivales de crítica textual. Y éstas tienen posiciones opuestas e irreconciliables. Al final, una de las dos tendrá que claudicar: y, ¡ay de los vencidos!, la rendición incondicional será su único recurso. Cuando una sea reconocida como la correcta, no se encontrará lugar para la otra. Tendrá que ser quitada de la atención como una cosa absoluta y desesperadamente errónea.10




Notas:
1Llama la atención que en campos en los que esperaríamos un procedimiento más científico, la importancia de la crítica textual del Nuevo Testamento es menospreciada, sosteniendo que la doctrina teológica puede establecerse en base a otros pasajes diferentes de aquéllos cuyo texto ha sido impugnado por la escuela destructiva. Sin embargo: (a) en todos los casos la consideración del texto por un autor debe forzosamente preceder a la consideración de inferencias desde el texto -la baja crítica se debe fundamentar en la alta crítica; (b) los pasajes confirmatorios no pueden dejarse de lado ante cualquier ataque a la doctrina; (c) la Sagrada Escritura es demasiado única y preciosa para admitir que el estudio de las diversas palabras de ésta sea interesante en lugar de importante; (d) muchos de los pasajes que la crítica moderna borraría o pondría bajo sospecha -como los últimos doce versículos de Marcos, la primera palabra desde la Cruz, y la estremecedora descripción de la profundidad de su agonía, además de muchos otros- son extremadamente valiosos; y, (e) generalmente hablando, es imposible pronunciar, sobre todo en medio del pensamiento y la vida bullendo por todas partes en derredor nuestro, qué parte de Sagrada Escritura no es, o puede no demostrar ser, de la mayor importancia e interés. E. M.
2N.T.: El Diatesarón era una pretendida armonización de los cuatro Evangelios en uno solo
3Ver volumen II, y un pasaje notable citado de Caius o Gaius por John Burgon en The Revision Revised (Quarterly Review, nº 306, pp. 323-324).
4Juan 14:26.
5Juan 16:13.
6Sermón del pastor John Oxlee sobre Lucas 22:28-30 (1821), p. 91 (Tree Sermons on the power, origin, and succession of the Christian Hierarchy, and especially that of the Church of England).
7Westcott y Hort, Introduction, p. 92.
8Ibíd p. 142.
9Scrivener, F. A. H. A Plain Introduction to the Criticism of the New Testament (4ª edición de Miller), vol. I, pp. 75-76.
10Por supuesto que este incisivo pasaje sólo se refiere a los principios de la escuela que fracase. Una escuela puede dejar frutos de investigación muy valiosos, y no obstante estar absolutamente equivocada acerca de las inferencias implicadas en tales y cuales hechos, John Burgon lo admitió ampliamente. El siguiente extracto de uno de los muchos artículos sueltos dejados por el autor se añade por su interés tanto ilustrativo como personal: “Así como todos los presentes detalles deben ser muy familiares para aquellos que han hecho de la crítica textual su objeto de estudio, ellos de ninguna manera pueden ser detenidos. No me estoy dirigiendo sólo a personas eruditas. Me propongo, antes de abandonar mi pluma, hacer participantes a las personas educadas, allí donde se encuentren, de mi profunda convicción de que es posible para la mayoría tener certeza sobre este tema; y al contrario, que los decretos de esa popular escuela -a la cabeza de la cual se levantan muchos de los grandes críticos de la cristiandad- son totalmente erróneos. Fundadas, como me atrevo a pensar, en premisas completamente falsas, todas sus conclusiones casi invariablemente están equivocadas. Y sostengo que esto es demostrable; y me propongo en las páginas siguientes establecerlo. Si no tengo éxito, pagaré la pena de mi presunción y necedad. Pero si tengo éxito -y deseo que mis jueces sean juristas y personas expertas en las leyes de la evidencia, o por lo menos a personas pensantes e imparciales, allí donde se encuentren, y no a otros-, si establezco mi posición, digo, permítase que el hijo de mi padre y de mi madre sea recordado amablemente por la Iglesia de Cristo cuando él haya partido de aquí”