lunes, 2 de marzo de 2009

domingo, 15 de febrero de 2009

El verdadero significado del arrepentimiento.

Despues de muchos dias de estudio biblico acerca del significado del verdadero arrepentimiento El Senor en su infinita misericordia me dio esta respuesta y la quiero compartir con todos ustedes.

Por J. Michael Feazell

“UN MIEDO terrible”. Así describió el joven su profundo temor de que Dios lo había rechazado por sus repetidos pecados.


“Pensé que me había arrepentido, pero lo hice otra vez”, explicó. Ni siquiera sé si en realidad tenga fe, porque tengo miedo de que Dios no me perdonará otra vez. No importa cuán sincero crea que es mi arrepentimiento, nunca parece ser lo suficiente”.


Hablemos acerca de lo que el evangelio quiere decir con arrepentimiento hacia Dios.


El primer error al tratar de entender lo que significa es el de buscar la definición en un diccionario de la palabra arrepentirse. Los diccionarios contemporáneos nos dicen cómo se entienden las palabras en el tiempo en que el diccionario fue compilado. Pero un diccionario del siglo 21 no nos dice qué estaba pensando la persona que, hace 2.000 años, escribió en griego acerca de cosas que se hablaron en arameo, por ejemplo.
El Diccionario del español moderno dice lo siguiente acerca de la palabra arrepentirse: “pesarle a uno de haber hecho o haber dejado de hacer alguna cosa”.


Esta definición es precisamente lo que la mayoría de los religiosos creen que Jesús estaba diciendo cuando dijo: “Arrepentíos y creed”. Creen que Jesús quiso decir que solo aquellos que se arrepienten, o sea, que dejan de pecar y cambian sus caminos, estarán en el reino de Dios. Pero la realidad es que eso es precisamente lo que Jesús no estaba diciendo.

Un Error Común


Es un error común para los cristianos pensar que el arrepentimiento significa dejar de pecar. “Si en realidad se hubiera arrepentido no lo hubiera hecho otra vez” es un estribillo que muchas almas atormentadas han oído de parte de los bien intencionados observantes de la ley, consejeros espirituales. Se nos ha dicho que el arrepentimiento es “dar la media vuelta e ir en dirección opuesta”, y se explica en el contexto de darle la espalda al pecado y vivir una vida obediente a la ley de Dios.
Con esa idea firmemente en mente, los cristianos emprenden su camino con las mejores intenciones de cambiar sus acciones. Pero en el camino algunos hábitos cambian y otros parece que se pegan como un fuerte pegamento. Y aun los hábitos que hemos cambiado nos vuelven a plagar.
Cuando nos sentimos frustrados y deprimidos acerca de nuestro fracaso de alcanzar las altas normas de Dios, escuchamos otro sermón o leemos otro artículo acerca del “verdadero arrepentimiento”, y cómo tal arrepentimiento resulta en un rechazo total del pecado.


Entonces arrancamos otra vez en la “cacharra del compromiso” con los mismos previsibles resultados miserables. Y nuestra frustración y desesperación se agudan, porque nos damos cuenta de que nuestro alejamiento del pecado no está “completo”.


Solo podemos asumir que “en realidad no nos hemos arrepentido”. Nuestro arrepentimiento no fue suficientemente “profundo”, o “no lo sentimos” suficientemente o no fue suficientemente “sincero”. Y si en realidad no nos hemos arrepentido, entonces en realidad no debemos tener fe. Lo que significa que en realidad no debemos tener el Espíritu Santo. Lo que quiere decir que en realidad no debemos estar salvos.
Finalmente, o nos acostumbramos a vivir así, o, como muchos han hecho, nos damos por vencidos y nos alejamos de esa medicina obscena que la gente llama cristianismo.


Ni siquiera hablamos acerca del desastre de las personas que en realidad creen que han limpiado sus vidas y se han hecho por su propia cuenta aceptables a Dios. Su estado es mucho peor.


El arrepentimiento hacia Dios sencillamente no se trata de un yo nuevo y mejorado.

Arrepentíos y creed en el evangelio


“Arrepentíos y creed en el evangelio”, declara Jesús en Marcos 1:15. El arrepentimiento y la fe marcan el comienzo de nuestra vida nueva en el reino de Dios. No porque hicimos lo correcto, sino porque cuando se caen las escamas de nuestros ojos oscurecidos, por fin vemos en Jesucristo la luz gloriosa de la libertad de los hijos de Dios.


Todo lo que se necesitaba hacer para el perdón humano y la salvación ya se ha hecho por medio de la muerte y resurrección del Hijo de Dios. Hubo un tiempo cuando estábamos a oscuras al respecto. No podíamos disfrutar o reposar en ello porque estábamos ciegos.


Pensamos que teníamos que forjar nuestro propio camino en este mundo, y gastábamos todo nuestro esfuerzo y tiempo arando el surco más recto posible en nuestro pequeño rincón de la vida.


Dedicamos toda nuestra atención en mantener nuestra vida y futuro salvo y seguro. Trabajamos duro para ser respetados y apreciados.

Defendimos nuestros derechos y tratamos de no dejar que nadie ni nada se aprovechara de nosotros. Peleamos por proteger y preservar nuestra reputación, nuestra familia, nuestras posesiones. Hicimos todo lo posible para darle significado a nuestras vidas, para ser ganadores y no perdedores.


Pero al igual que todos los que jamás han vivido, era una batalla perdida. A pesar de nuestros mejores esfuerzos y planes y trabajo arduo, simplemente no podemos controlar nuestras vidas. No podemos detener los desastres, tragedias, fracasos y dolores que vienen de la nada y destrozan los pequeños desechos de esperanza y gozo que hemos logrado juntar.


Entonces un día, porque así lo quería Dios, Él nos permitió ver las cosas como en realidad lo son. El mundo es de Él, y nosotros somos de Él.
Estamos muertos en nuestros pecados, y no hay ningún escape. Estamos perdidos, somos perdedores ciegos, porque no tenemos la cordura de agarrar la mano del único que conoce el camino. Pero eso está bien, porque Él se convirtió en perdedor por nosotros por medio de la crucifixión y muerte, y nosotros podemos ser ganadores con Él cuando nos unimos con Él en su muerte para que podamos también estar con Él en su resurrección.


En otras palabras, ¡Dios nos dio las buenas nuevas! Las buenas nuevas son que Él ha pagado personalmente el gran precio de nuestra egoísta, rebelde, destructiva y mala locura. Él gratuitamente nos ha salvado, limpiado, purificado y vestido en justicia y ha arreglado un lugar para nosotros en la mesa eterna del banquete. Y por medio de esta palabra del evangelio, nos invita a confiar en que así es.


Cuando, por la gracia de Dios, llegue a entender eso y creerlo, usted se ha arrepentido. Arrepentirse, como pueden ver, es decir: “¡Sí! ¡Sí! ¡Lo creo! ¡Confío en tu palabra! Voy a dejar atrás esta vida ajetreada mía, este esfuerzo inútil de mantener junta con chicle y alambre esta muerte que creía que era vida. Estoy listo para descansar. ¡Ayuda mi incredulidad!”


El arrepentimiento es un cambio de cómo usted piensa. Es un cambio de perspectiva, de verse a sí mismo como el centro del universo a ver a Dios como el centro del universo, y de confiar su vida a su misericordia. Es rendirse. Es tirar abajo su corona a los pies del legítimo Gobernante del cosmos. Es el cambio más importante que hará en su vida.

No se trata de moralidad


El arrepentimiento no es acerca de la moralidad. No es acerca de buen comportamiento. No es acerca de “mejorar”.


El arrepentimiento es poner su confianza en Dios y no en usted mismo, su ingenio, sus amistades, su país, su gobierno, sus armas, su dinero, su autoridad, su prestigio, su reputación, su automóvil, su casa, su trabajo, su patrimonio familiar, su color, su género, su éxito, su apariencia, su ropa, sus títulos, sus diplomas, su iglesia, su esposa, sus músculos, sus líderes, su inteligencia, su acento, sus logros, sus obras de caridad, su compasión, su dominio propio, su castidad, su honestidad, su obediencia, su devoción, sus disciplinas espirituales o cualquier otra cosa que tenga que ver con usted que no haya incluido yo en esta larga lista.


El arrepentimiento es jugarlo todo a una carta; la carta de Él. Es tomar su partido, creer lo que Él dice, compartir su suerte con Él, dándole su lealtad a Él.


El arrepentimiento no es acerca de promesas de portarse bien. No es acerca de hacer un gran esfuerzo para “sacar el pecado de su vida”. Es confiar en que Dios tendrá misericordia de usted. Es confiar en que Dios le arreglará su corazón maligno. Es confiar en que Dios es quien dice que es; el Creador, Salvador, Redentor, Maestro, Señor y Santificador. Y es morir, morir a su necesidad de que otros lo consideren justo y bueno.
Estamos hablando acerca de una relación de amor; no que nosotros amamos a Dios, sino que Él nos amó a nosotros (1 Juan 4:10). Esta Persona es la fuente de todo lo que es, incluyéndolo a usted, y usted se ha llegado a dar cuenta de que esta Persona lo ama a usted por lo que usted es; su hijo amado en Cristo; ciertamente no por lo que usted tiene, o lo que haya hecho, o por su reputación, o por su parecer, o cualquier otra característica que tenga, sino pura y simplemente por Cristo en usted.


Súbitamente nada es igual. Todo el mundo repentinamente se ha vuelto brillante. Todos sus fracasos no importan. Son redimidos y corregidos en la muerte y resurrección de Jesucristo. Su futuro eterno está asegurado, y nada en el cielo o la tierra puede quitarle su gozo, porque usted pertenece a Dios por la gracia de Cristo (Romanos 8:1, 38).


Usted cree en Él, confía en Él, pone su vida en sus manos, pase lo que pase, no importa lo que alguien diga o haga.


Usted puede ser generoso en el perdón, en la paciencia, en la bondad, aun en pérdidas y derrotas; no tiene nada que perder, porque ha ganado absolutamente todo en Cristo (Efesios 4:32-5:1). Lo único que importa es la nueva criatura (Gálatas 6:15).


El arrepentimiento no es solamente otro compromiso gastado y vacío de ser un buen niño o niña. Es morir a todas las grandes imágenes de sí mismo y poner la mano débil perdedora en la mano del Hombre que calmó el mar (Gálatas 6:3). Es venir a Cristo para descansar (Mateo 11:28-30). Es confiar en su palabra de gracia.

La iniciativa de Dios, no la nuestra


El arrepentimiento es acerca de confiar en que Dios es quien es y hacer lo que dice, no acerca de sus buenas obras contra sus malas obras. Dios en su libertad perfecta de ser quien quiera ser en su amor por nosotros decidió perdonar nuestros pecados.


Entendamos claramente esto: Dios perdona nuestros pecados; todos ellos, pasados, presentes y futuros; no lleva cuenta de ellos (Juan 3:17). Jesús murió por nosotros siendo aún pecadores (Romanos 5:8). Él es el Cordero inmolado, y fue inmolado por nosotros, por cada uno de nosotros (1 Juan 2:2).


El arrepentimiento, como pueden ver, no es una manera de hacer que Dios haga lo que ya ha hecho. Más bien, es creer que lo ha hecho; ha salvado su vida para siempre y le ha dado una herencia eterna, y tal creencia florece en un amor por Él.


“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, nos enseñó a orar Jesús. Cuando nos damos cuenta de que Dios nos ha perdonado, por razones propias, simplemente decidió cancelar nuestra vida entera de arrogancia, todas nuestras mentiras, toda nuestra crueldad, toda nuestra soberbia, los deseos carnales, traiciones y maldad; todos nuestros viles pensamientos, acciones y planes, tenemos que tomar una decisión. Podemos adorarlo y agradecerle por siempre por su sacrificio indescriptible de amor, o podemos continuar viviendo la carrera fútil que amamos tanto que nos hace pensar: “Soy una buena persona y no crea que no lo soy”.
Podemos creer a Dios, podemos ignorarlo, o podemos correr temerosos de Él. Si le creemos, podemos caminar en una amistad gozosa con Él (y ya que es un amigo de pecadores, todos los pecadores, eso incluye a todos, así que aun las personas malas son nuestros amigos). Si no confiamos en Él, si creemos que no podrá ni querrá perdonarnos, no podemos caminar gozosamente con Él (o con nadie más, con excepción de las personas que se comporten como nosotros deseamos). Al contrario, tendremos temor de Él y finalmente lo despreciaremos a Él (y a todos los que no se quiten de nuestro camino).

Dos caras de la misma moneda


La fe y el arrepentimiento van de la mano. Cuando usted confía en Dios, dos cosas suceden a la vez. Usted se da cuenta de que es un pecador que necesita la misericordia de Dios, y decide confiar en Dios para salvarlo y redimir su vida. En otras palabras, cuando pone su confianza en Dios, también se ha arrepentido.


En Hechos 2:38, por ejemplo, Pedro le dijo a la multitud: “Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Creencia, o fe, es esencial para el arrepentimiento. Al decir “Arrepentíos” también estaba implicando “creer” o “confiar”.


Más tarde en la historia, Pedro lo expresa de esta manera: “que se arrepientan y se conviertan a Dios…”. Convertirnos a Dios es alejarnos de nosotros mismos.


No quiere decir que seremos moralmente perfectos. Quiere decir que nos hemos alejado de nuestras ambiciones personales de hacernos algo valioso para Cristo y en su lugar ponemos nuestra confianza y esperanza en su palabra, sus buenas nuevas, su declaración de que hemos sido redimidos por su sangre, perdón, resurrección y herencia eterna.


Cuando confiamos en Dios en cuanto al perdón y la salvación, nos hemos arrepentido. El arrepentimiento hacia Dios es un cambio en la manera en nuestra manera de pensar, y afecta todo en nuestra vida. La nueva manera de pensar es el camino de confiar en que Dios hará lo que nunca podríamos hacer en millones de vidas. El arrepentimiento no es un cambio de imperfección moral a perfección moral; usted no es capaz de lograrlo.

Los cadáveres no mejoran


Nosotros no somos capaces de alcanzar la perfección moral porque, el hecho es, que estamos muertos. El pecado nos ha matado, como Pablo explica en Efesios 2:4-5. Pero aunque estábamos muertos en nuestros pecados (el estar muerto es lo que hemos contribuido a este proceso de perdón y redención), Cristo nos vivificó (esto es lo que Cristo ha contribuido a todo esto).


Lo único que pueden hacer los muertos es nada. No pueden vivir para la justicia o cualquier otra cosa, porque están muertos, muertos en pecado. Pero es precisamente gente muerta, y solo gente muerta, quienes son resucitados de los muertos.


Resucitar a los muertos es lo que hace Cristo. Él no derrama perfume sobre cadáveres. No los apoya y ni los viste en trajes de fiesta y espera que hagan algo justo.


Están muertos. No pueden hacer nada. Jesús no está nada interesado en nuevos y mejores cadáveres. Lo que Jesús hace es resucitarlos. Y otra vez, solamente resucita cadáveres.


En otras palabras, la única manera de entrar a la resurrección de Jesús, su vida, es estando muerto. No toma mucho esfuerzo el estar muerto. De hecho, no toma nada de esfuerzo. Y muertos es precisamente lo que estamos.


La oveja perdida no se encontró a sí misma antes de que el pastor la fuera a buscar y la encontrara (Lucas 15:1-7). La moneda perdida no se encontró a sí misma antes de que la mujer fuera a buscarla y la encontrara (vers. 8-10).


Lo único que contribuyó a todo el proceso de ser buscados, encontrados y festejados en una gran fiesta fue el estar perdidos. Su completa desesperación y perdición fue lo único que tenían que les permitió ser encontrados.


Aun el hijo perdido en la siguiente parábola (versos 11-24) se encuentra a sí mismo ya perdonado, redimido y completamente aceptado puramente a base de la pródiga gracia del padre, no basándose en su plan de “forjar su camino de regreso hacia su plan de gracia”. Su padre tuvo compasión de él sin haber escuchado la primera palabra de su discurso que expresaría “lo siento” (vers. 20).


Cuando el hijo finalmente aceptó el hedor de la pocilga, su falta de vida y su perdición, iba rumbo a descubrir algo asombroso que había sido cierto todo el tiempo: su padre, al que había rechazado y deshonrado, nunca había dejado de amarlo apasionada e incondicionalmente.


Su padre ignoró por completo su proyecto para redimirse a sí mismo (vers. 19-24), y sin ni siquiera un período de tiempo probatorio, lo restauró a sus derechos completos como hijo.


De la misma manera, nuestra completa, desesperada, falta de vida es lo único que nos permite ser resucitados. La iniciativa, la labor y el éxito de toda la operación es completamente del Pastor, de la Mujer, del Padre, de Dios.


Lo único que contribuimos a nuestro proceso de resurrección es estar muertos. Esto es cierto para nosotros espiritualmente tal como lo es físicamente. Si no podemos aceptar el hecho de que estamos muertos, no podemos aceptar el hecho de que hemos, por la gracia de Dios en Cristo, sido levantados de los muertos. El arrepentimiento es aceptar el hecho de que usted está muerto y recibir de Dios su resurrección en Cristo.


Como pueden ver, la resurrección no es producir una obra buena y noble o expresar un discurso lleno de emoción diseñado para motivar a Dios para que lo perdone a usted.


Estamos muertos, lo que quiere decir que no hay absolutamente nada que podamos hacer para posiblemente añadir algo a nuestra vivificación. Es una simple cuestión de creer las buenas nuevas de Dios acerca del perdón y la redención en Cristo por medio de los cuales resucita a los muertos.


Pablo proclama el misterio, o la paradoja si así lo prefiere, de nuestra muerte y resurrección en Cristo en Colosenses 3:3: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.


El misterio, o paradoja, es que hemos muerto, pero a la misma vez, vivimos, pero esa vida, la cual es gloriosa, no es evidente: está escondida con Cristo en Dios, y no aparecerá como en realidad es hasta que Cristo mismo aparezca, como dice el versículo 4: “Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros seréis manifestados con él en gloria”.


Nuestra vida es Cristo. Cuando Él aparezca, apareceremos con Él, porque Él es, después de todo, nuestra vida. Veámoslo otra vez. Los cadáveres no pueden hacer nada por sí mismos. No pueden cambiar. No pueden “mejorar”. No pueden superarse. Lo único que pueden hacer es estar muertos.


Dios, sin embargo, quien es la misma Fuente de la vida, absolutamente ama levantar a los muertos, y en Cristo, hace eso mismo (Romanos 6:4). Los cadáveres no traen nada al proceso con excepción de su falta de vida.


Dios lo hace todo. Es su obra de comienzo a fin. Esto significa que hay dos tipos de cadáveres resucitados: los que reciben su redención con gozo y aquellos que, prefiriendo su acostumbrada muerte sobre la vida, la desprecian, cierran sus ojos, se tapan sus oídos y gastan todas sus energías en pretender que todavía están muertos.


Una vez más, el arrepentimiento es decir “¡sí!” al don del perdón y redención que Dios dice que usted tiene en Cristo. No es hacer penitencia, hacer promesas o hundirse en remordimiento.


Así es. El arrepentimiento no es acerca de una cadena interminable de frases como “lo siento mucho” o “te prometo que no lo volveré a hacer”. Seamos totalmente honestos. La probabilidad es que lo va a volver a hacer, si no en hecho, por lo menos en pensamiento, deseo y emoción. Sí, usted lo siente, quizá en ocasiones profundamente, y verdaderamente no quiere ser el tipo de persona que lo hará otra vez, pero eso definitivamente no es el corazón ni la esencia del arrepentimiento.
Recordemos que estamos muertos, y los muertos actúan tal como muertos. Pero aunque estamos muertos en pecado, estamos, a la misma vez, vivos con Cristo (Romanos 6:11).


Pero nuestra vida en Cristo está oculta con Él en Dios, y no se manifiesta a sí misma muy constantemente o con frecuencia, todavía. No va a ser revelada por lo que en realidad es hasta que Cristo mismo aparezca.
Mientras tanto, aunque estamos ahora vivos en Cristo, también estamos, por un tiempo, todavía muertos al pecado, y su mortandad se manifiesta a sí misma casi todo el tiempo. Y es precisamente por estar muertos que no podemos dejar de actuar de esa forma, la cual Cristo ha resucitado y vivificado con Él en Dios, para ser revelado cuando Él sea revelado.
Allí es donde viene la fe. Arrepentirse y creer el evangelio. Los dos van de la mano. No se puede tener el uno sin el otro. Creer en las buenas nuevas, que Dios lo ha limpiado en la sangre de Cristo, que ha sanado su muerte y lo ha vivificado para siempre en su Hijo, es arrepentirse.
De la misma manera, el acudir a Dios en completa desesperación, perdición y falta de vida, recibir su redención gratuita y salvación, es tener fe, creer en el evangelio. Hay dos caras de la misma moneda, y es una moneda que Dios le da por ninguna otra razón que la de que es justo y misericordioso para con nosotros.

El comportamiento no es una medida


Claro está, alguien dirá, que el arrepentimiento hacia Dios resultará en buena moralidad y buen comportamiento. Y no disputo eso. El “problema es que nos gusta medir el arrepentimiento por la ausencia o presencia de buen comportamiento, y eso es trágicamente malentender el arrepentimiento”.


La honesta verdad es que no tenemos una moralidad perfecta o un comportamiento perfecto, y lo que no es perfecto simplemente no es suficientemente bueno para el reino de Dios de todos modos.
Vamos, entonces, dejemos la idea que implica que “si su arrepentimiento es sincero, entonces no cometerá ese pecado otra vez”. Ese precisamente no es el punto del arrepentimiento.


El punto del arrepentimiento es un cambio de corazón, de apoyarnos a nosotros mismos, de estar en nuestra propia esquina del cuadrilátero, de ser nuestro propio cabildero, agente de prensa, representante de sindicato, abogado defensor, a confiar en Dios, a estar de su parte, en su esquina, de morir a nosotros mismos y ser los amados hijos de Dios completamente perdonados, redimidos y amados en Cristo.


Arrepentirse significa dos cosas que naturalmente no nos gustan. Primero, significa que en nosotros no hay nada bueno. En segundo lugar, significa enfrentarnos al hecho de que no somos mejores que nadie. Estamos en la misma fila con los otros perdedores esperando la misericordia que no merecemos.


En otras palabras, el arrepentimiento surge de un espíritu humillado. Este espíritu humillado es uno que no tiene confianza en lo que puede hacer. Ya no tiene esperanza, ha fallecido, por decirlo así, ha fallecido a sí mismo y se ha puesto a sí mismo en una canasta al frente del umbral de Dios.

Digamos “¡Sí!” al “¡Sí!” de Dios


Debemos deshacernos de la idea espantosa de que el arrepentimiento es una promesa de nunca más pecar. En primer lugar, tal promesa es solo palabras al aire. En segundo lugar, no tiene significado espiritual alguno.
Dios ha declarado un “¡Sí!” todopoderoso, estruendoso y eterno a usted por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo. El arrepentimiento es cuando usted le dice “¡Sí!” al “¡Sí!” de Dios. Es volverse a Dios para recibir su bendito don, su justa declaración de su inocencia y salvación en Cristo.


El aceptar su don es reconocer su falta de vida y su necesidad de vida en Él. Es confiar en Él, creer en Él y ponernos a nosotros mismos, nuestro ser, nuestra existencia, en sus manos. Es descansar en Él, y darle nuestras cargas.


¿Por qué entonces no nos regocijamos en la rica y creciente gracia de nuestro Señor y Salvador, y tomamos nuestro descanso en Él? Él redime al perdido. Él salva al pecador. Él resucita a los muertos.


Él está a nuestro favor, y porque así es, nada puede estar en medio de Él y nosotros, ni siquiera nuestros horribles pecados, o los de su vecino. Confiemos en Él. Son buenas noticias para cada uno de nosotros. Él es el Verbo, y sabe acerca de lo que está hablando.

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sábado, 14 de febrero de 2009

¿Spurgeon fue salvo vía el evangelio “Salvación por Señorío?

La historia de la conversión de Spurgeon es ampliamente conocida, pero bien puede ser repetida, y no podrá ser mejor relatada que con sus propias palabras:

A veces pienso que yo podría estar en tinieblas y desesperación hasta ahora, si no hubiese sido por la bondad de Dios que envió una tormenta de nieve un día domingo en la mañana, mientras me dirigía a un lugar de adoración. Doblé por una calle lateral y llegué a una pequeña Iglesia Metodista. En esa capilla habría unas doce o quince personas. Yo había oído hablar de estos metodistas, de cómo cantaban tan fuerte, que a las personas llegaba a dolerles la cabeza; pero eso no me importó. Yo quería saber cómo podía ser salvo….

El pastor no llegó esa mañana; supongo que la nieve se lo impidió. Por último, un hombre muy delgado, un zapatero o un sastre o algo parecido, subió al púlpito para predicar. Es de esperar que los predicadores sean instruidos, pero este hombre era realmente inepto. Estaba obligado a atenerse estrictamente al texto, por la sencilla razón de que él no tenía mucho más que decir. El texto era “MIRAD A MÍ, Y SED SALVOS, TODOS LOS TÉRMINOS DE LA TIERRA” (Isaías 45:22).

Ni siquiera pronunciaba bien las palabras, pero eso no importaba. Algún destello de esperanza había para mí en ese texto, pensaba yo.

El predicador comenzó así: “Este texto es a la verdad muy sencillo. Dice ‘Mirad’. Ahora, mirar no cuesta mucho. No tienes que levantar tu pie o tu dedo; es solamente ‘mirar’. Bueno, un hombre no tiene que ir a la escuela para aprender a mirar. Puedes ser el tonto más grande, pero puedes mirar. Un hombre no necesita ganar un gran salario para poder mirar. Cualquiera puede mirar; hasta un niño puede mirar.

“Pero luego el texto dice, ‘Mirad a mí’. ¡Ay!” dijo en su dialecto, “muchos de ustedes se están mirando a sí mismos, pero de nada sirve mirar allí. Nunca encontrarán consuelo en ustedes mismos. Algunos dicen mira a Dios el Padre. No, mira a ÉL. Jesucristo dice, ‘Mirad a mí’. Algunos dicen ‘tenemos que esperar la obra del Espíritu’. Eso no es de ayuda ahora. Mira a Cristo. El texto dice, ‘Mirad a mí’.”

Luego el buen hombre siguió con su texto de esta manera: “Mirad a Mí; estoy sudando gruesas gotas de sangre. Mirad a Mí; estoy colgando de una cruz. Mirad a Mí, estoy muerto y fui sepultado. Mirad a Mí, resucité nuevamente. Mirad a Mí, he ascendido al cielo. Mirad a Mí: estoy sentado a la diestra del Padre. ¡Oh, pobre pecador, mira a Mí! ¡Mira a Mí!”

Después de darle vueltas a ésto durante unos diez minutos, había llegado al final de sus fuerzas. Luego me miró a mí en la galería, y me atrevería a decir que, con tan pocos presentes, él sabía que yo era un extraño.

Fijando sus ojos en mí, como si conociera mi corazón, él dijo, “Joven, pareces muy miserable”. Cierto, me sentía miserable, pero hasta ahora, no estaba acostumbrado que se hicieran comentarios desde el púlpito sobre mi apariencia. Sin embargo, fue un buen golpe que dio justo en el blanco. El continuó, “Y serás miserable siempre — miserable en la vida y miserable en la muerte—si no obedeces mi texto; pero si lo obedeces, ahora, en este momento, serás salvo”. Luego, levantando sus manos, exclamó, como solo un metodista puede hacerlo, “Joven, mira a Jesucristo. ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! ¡Nada tienes que hacer sino mirar y vivir!”

De pronto vi el camino de salvación. Yo no sé qué otra cosa dijo – no tomé nota – estaba tan posesionado con un pensamiento….Había estaba esperando que tendría que hacer como cincuenta cosas, pero cuando escuché la palabra “¡Mira!”, ¡qué palabra tan encantadora me pareció! ¡Oh! yo miré hasta que casi se me salieron los ojos.

Allí y entonces se disiparon las nubes, las tinieblas se esfumaron y en ese momento divisé el sol; podría haberme levantado en ese instante para cantar con los más entusiastas de ellos de la preciosa sangre de Cristo y de la fe sencilla que mira solamente a ÉL. Oh, que alguien me hubiese dicho esto antes, “Confía en Cristo y serás salvo”. Sin embargo, sin duda que todo estaba ordenado con sabiduría, y ahora puedo decir –

Ve a la cruz…y vivirás,

Ve a Cristo y vivirás.

Es de Dios el santo amor, ¡aleluya!

Ve tan sólo a Cristo y vivirás.

Aquel día feliz en que encontré al Salvador y aprendí a aferrarme a Sus queridos pies, fue un día que nunca he olvidado…Escuché la Palabra de Dios y ese precioso texto me llevó a la cruz de Cristo. Puedo testificar que la alegría de ese día fue absolutamente indescriptible. Podría haber saltado, podría haber danzado; no había expresión, por fanática que fuera, que hubiese estado fuera de lugar con la alegría de esa hora. Desde entonces han transcurrido muchos días de experiencia cristiana, pero nunca ha habido uno que haya estado tan lleno de regocijo, de efervescente delicia, como ese primer día.

Pienso que podría haber saltado de mi asiento y que podría haber gritado con los más bulliciosos de estos hermanos metodistas… “¡He sido perdonado! ¡He sido perdonado! ¡Un monumento a la gracia! ¡Un pecador salvado por gracia!”

Mi espíritu vio sus cadenas quebradas en pedazos. Sentí que era un alma libertada, un heredero del cielo, un perdonado, acepto en Jesucristo, arrancado del lodo cenagoso y sacado del horrible abismo, con mis pies sobre la roca y mis pasos enderezados…

Entre las diez y media horas, cuando entré a esa capilla, y las doce y media, cuando estuve de vuelta en casa, ¡qué cambio hubo en mí! Simplemente por mirar a Jesús había sido librado de mi desesperación y había sido llevado a tal estado de regocijo, que cuando me vieron en mi casa, me dijeron, “Algo maravilloso te ha sucedido,” y yo estaba muy dispuesto a contarles todo lo que me había pasado. ¡Oh! Había alegría en casa ese día cuando todos escucharon que el hijo mayor había encontrado al Salvador y que sabía que había sido perdonado.

(Tomado de Iain Murray, The Early Years).

Observaciones:

  1. Note cuán Cristo-céntrico fue la presentación del mensaje.

  1. Note que fue dado el debido énfasis a la muerte y resurrección de Cristo, el todo-suficiente Salvador (1 Co.15:3-4)

  1. Note cómo Dios usó la “locura de la predicación” para salvar a Spurgeon, y que el enfoque estaba sobre Cristo y ÉL crucificado (comparar 1 Co.1:20-25).

  1. Note cómo Spurgeon fue conminado a mirar lejos de SÍ MISMO y a enfocarse en el SALVADOR.

  1. Note que el énfasis del sermón fue sobre MIRAR, no sobre HACER. El debía mirar en la dirección de Cristo y no se le dijo que se enfocara en cumplir ciertos requisitos. El único requisito era que él MIRARA.

  1. Note cuán simple eran los requisitos de la salvación: “Mira y vive”. “Confía en Cristo y serás salvo”.

  1. Note que el predicador suplente nada dijo sobre los términos del discipulado o las demandas apremiantes para cada persona salva de seguir y obedecer a Cristo.

  1. Note que el predicador suplente no dijo a Spurgeon que se “sometiera al Señorío de Cristo” o “que cumpliera los requisitos del discipulado” o “que se volviera y olvidara todo pecado” o que “odiara a su madre y padre, esposa, hijo, etc.” Estas cosas son los resultados de la salvación, pero no son requisitos para ser salvo.

  1. Note la gozosa conclusión de Spurgeon: “Simplemente por mirar a Jesús, yo había sido librado de la desesperación.” “¡Oh! que alguien me hubiese dicho esto antes, ‘Confía en Cristo y serás salvo’”.

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Estos Estudios Bíblicos son publicados por Middletown Bible Church, 349 East Street, Middletown, Connecticut 06457 (U.S.A.). Nuestro número telefónico es (860) 346-0907 ocontáctenos por E-mail. Al realizar estos estudios, recomendamos utilizar la Biblia Reina Valera versión 1960 para evitar confusiones. Es nuestro deseo que estos estudios de la Palabra de Dios sean de ayuda para guiarlo hacia el único Dios verdadero y hacia Su Hijo, el Señor Jesucristo. Esperamos que usted lo pueda conocer a ÉL de una forma personal. Esperamos que usted sea animado a crecer en la gracia y en el conocimiento de ÉL! 1 Pedro 2:2; 2 Pedro 3:18.

SALVOS POR GRACIA Una Aclaración del Asunto de la Salvación por Señorío.

Introducción

· La Relación entre GRACIA y SALARIO

· La Relación entre GRACIA y DEUDA

· La Relación entre GRACIA y RECOMPENSA

· La Relación entre GRACIA y MISERICORDIA

· La Relación entre GRACIA y JUSTIFICACIÓN GRATUITA

· La Relación entre GRACIA y JACTANCIA

· La Relación entre GRACIA y OBRAS

· La Relación entre FE Y GRACIA

· La Relación entre JUSTIFICACIÓN POR GRACIA y OBRAS

· La Relación entre SALVACIÓN y AQUELLAS OBRAS QUE AGRADAN A DIOS

· La Relación entre la GRACIA DE DIOS y el ANTINOMIANISMO

· La Relación entre la GRACIA DE DIOS y el LEGALISMO

· La Relación entre la GRACIA DE DIOS y el LEGALISMO DEL SEÑORÍO

· ¿Qué significa el término “Señor”?

· ¿Cómo se usa el término “Señor” en el Nuevo Testamento?

· ¿Cuáles son los términos del Antiguo Testamento para “Señor”?

· ¿Cómo se dirigían a Jesús en el Nuevo Testamento?

· En cuanto al asunto de la Salvación por Señorío, ¿cuán importante es encontrar el equilibrio bíblico apropiado?

· ¿Puede Cristo ser el Salvador pero no el Señor de una persona?

· ¿Puede una persona “hacer Señor a Cristo”?

· Cuando Cristo es predicado a los inconversos, ¿debe ser predicado sólo como Salvador o debe ser también proclamado como Señor?

· ¿Cuál es el significado de Rom. 10:9-10 en el debate sobre la Salvación por Señorío?

· ¿Puede un verdadero creyente recibir a Cristo como Salvador, pero rechazarlo como Señor?

· ¿Todo verdadero creyente se somete al Señorío de Cristo?

· ¿Entiende un creyente nuevo todas las implicaciones del Señorío de Cristo?

· ¿Es la Salvación por Señorío un término incorrecto?

· ¿Pueden los inconversos someterse al Señorío de Cristo?

· ¿Puede un creyente en Cristo ser carnal?

· ¿Es posible identificar mal a un inconverso usando el rótulo de cristiano carnal?

· ¿Puede un creyente verdadero continuar en pecado?

· ¿Puede un creyente verdadero vivir, al menos por un tiempo, como un inconverso?

· ¿Puede variar mucho de un creyente a otro la capacidad de llevar fruto?

· ¿Nos da la Biblia ejemplos específicos de personas salvas que no se sometieron al Señorío de Dios sobre sus vidas, sino que se rebelaron contra la Palabra de Dios y la autoridad de Dios?

· ¿Hay un peligro en no hacer la distinción bíblica apropiada entre justificación y santificación?

· ¿Cuál es la diferencia entre la fe que salva y la santificación o una vida santa?

· ¿Cuáles son los requisitos de Dios para la salvación? ¿Qué debe hacer un pecador para ser salvo?

· ¿Deberíamos cambiar los términos de la salvación para promocionar una vida santa?

· ¿Cuál es la diferencia entre los requisitos para la salvación y el resultado de la salvación?

· ¿Qué es la fe que salva?

· Conclusión

Introducción

“Porque por gracia sois salvos” (Efesios 2:5,8). Si una persona es salva, es salva solamente de una manera: por la maravillosa, incomparable gracia de Dios.

¿Qué significa ésto? ¿Qué es la GRACIA? Gracia es el favor inmerecido de Dios, Su inmerecida bondad. Gracia es la aprobación de Dios, la aceptación de Dios, el favor de Dios hacia el pecador por causa de Jesucristo. Nada de esto es merecido. Nada de esto es ganado. El pecador no lo merece y no puede merecerlo. Dios ha derramado bondadosa y gratuitamente Su amor y benevolencia sobre el pecador que cree en Su Hijo.

La Biblia da su propia definición de la gracia de Dios. En Efesios capítulo 2 Pablo debate sobre la salvación sólo por gracia. El define la gracia como “SU bondad hacia nosotros [los que no la merecen, descritos en Efesios 2:1-3] en Cristo Jesús” (Efesios 2:7). En Tito capítulo 3 Pablo escribe que una persona es salva solamente por la misericordia y gracia de Dios (ver vs.5 y 7, “ÉL nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su misericordia…justificados por Su gracia”). En Tito 3:4 la gracia de Dios es definida como “la bondad de Dios nuestro Salvador, y Su amor para con los hombres [a pesar de los hombres inmerecedores descritos en el v.3, “insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, etc.”).

Las siguientes relaciones nos ayudarán a entender mejor la gracia de Dios:

La Relación entre GRACIA y SALARIO

La gracia nada tiene que ver con salario. Un salario es algo por lo cual la persona trabaja y que se gana. Gracia es algo que una persona recibe y que no merece y que no puede ganar y que no se ha ganado. Un salario es el pago por un trabajo hecho. Gracia es algo que se da gratuitamente basado en el trabajo hecho por Otro, por el Señor Jesucristo.

La Relación entre GRACIA y DEUDA

La gracia nada tiene que ver con deuda. La deuda es algo que se debe. La deuda tiene que ver con trabajo y remuneración. Si una persona trabaja para alguien, entonces esa persona le debe algo. Tiene que pagar al trabajador por el trabajo hecho. Gracia es algo que se da libremente. Dios no le debe la salvación a nadie. Si Dios nos diera lo que nos hemos ganado y lo que nos debe, sería la muerte eterna (Rom. 6:23a).

La Relación entre GRACIA y RECOMPENSA

La gracia nada tiene que ver con recibir una recompensa. Una recompensa es algo que se da en retribución por un bien o por un mal hecho. La salvación no es una recompensa que Dios da a una persona en retribución por el bien que esa persona haya hecho. La salvación es por gracia, basada solamente en la Persona y obra de Jesucristo. Está basada sobre lo que ÉL ha hecho, no sobre lo que ha hecho el pecador. Si Dios nos recompensara por cómo hemos vivido, la retribución sería el castigo eterno. Merecemos nada menos que el infierno.

La Relación entre GRACIA Y MISERICORDIA

La gracia se relaciona con todo lo que Dios da al pecador y que el pecador no merece [como vida eterna, perdón de pecados, paz con Dios, etc.]. La misericordia se relaciona con todo lo que Dios no da al miserable pecador y que éste merece [como la ira de Dios, castigo, muerte eterna, infierno, etc.]. Dios es bondadoso hacia el pecador creyente al darle gratuitamente el don de Cristo y todo lo que viene con el don de Su Hijo (Romanos 8:32), todo lo cual no merece. Dios es misericordioso hacia el pecador creyente al suprimir Su ira y su juicio sobre él, todo lo cual el pecador justamente merece.

La Relación entre GRACIA y JUSTIFICACIÓN GRATUITA

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). Cuando la Biblia dice que los pecadores SON JUSTIFICADOS GRATUITAMENTE, ¿qué significa ésto?

Un pasaje clave que nos ayuda a entender esta palabra “gratuitamente” es Juan 15:25—“Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron” [esta frase “sin causa” es la misma palabra griega que en Romanos 3:24 se traduce como “gratuitamente”]. ¿Qué significa cuando dice que lo enemigos del Señor lo aborrecieron SIN CAUSA? Significa que no tenían motivo para odiarlo. Nada de lo que Cristo hizo merecía su odio. El Señor no se había ganado ni merecía su odio.

Apliquemos ahora este mismo significado a Romanos 3:24. El pecador es JUSTIFICADO GRATUITAMENTE. Es justificado “sin causa”. No hay motivo [que se encuentre en el pecador] por el cual Dios debería justificar a esta persona. Nada ha hecho el pecador para merecer la justificación o la salvación. El pecador es justificado GRATUITAMENTE. Esta justificación no es el resultado de algo que el pecador hubiera hecho. No se ha ganado esta justificación o salvación y es totalmente inmerecida. Es por gracia y es totalmente gratuita. La razón por la cual el pecador es salvo, no se encuentra en el pecador, sino en Dios. Está basada en el Señor Jesucristo- en quién ÉL es y en lo que ÉL ha hecho en la cruz del Calvario. No está basada en nada del pecador. Está basada del todo en Dios. Dios y solamente Dios salva. La salvación es del Señor.

La Relación entre GRACIA y JACTANCIA

Si una persona es salva por gracia, la jactancia (en sí mismo) está absoluta y totalmente excluida. “¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cual ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe” (Romanos 3:27). La salvación es por gracia y no por obras, “para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8). Todo lo que el creyente puede hacer es jactarse y gloriarse en el Señor, “Para que, como está escrito: El que se gloría (jactarse), gloríese (jáctese) en el Señor” (1 Corintios 1:31).

La jactancia dice, “¡Miren lo que he hecho! ¡Miren lo que me he ganado! ¡Miren lo bueno que he realizado! ¡Miren mis buenas obras! ¡Miren lo que he logrado! ¡Miren mi dedicación! ¡Miren mi compromiso! ¡Miren mi amor por el Salvador! ¡Miren mi entrega a Cristo! ¡Miren mi obediencia a Sus mandamientos! ¡Miren mi sometimiento a Su Palabra!” TODA ESTA JACTANCIA ESTÁ EXCLUIDA, porque la salvación es por gracia por medio de la fe. La persona salvada por gracia dice, “¡Miren lo que ha hecho mi Salvador! ¡Miren lo que ÉL ha realizado!” La persona que es salva no se mira a sí misma, sino mira hacia el Salvador crucificado y resucitado.

La Relación entre GRACIA y OBRAS

Considere Romanos 11:5-6, “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”. Gracia y obras son dos principios totalmente opuestos. Se excluyen mutuamente. Son contrarios el uno al otro. Si tienes gracia, no puedes tener obras. Si tienes obras, no puedes tener gracia. Si tienes un don gratuito, no puedes ganarlo ni puedes pagar por él. Si trabajas por algo y te lo ganas, ya no puede ser un don gratuito. Si es una deuda, entonces no puede ser gracia. Si es una recompensa, no puede ser gracia. La salvación es totalmente por gracia o es totalmente por obras. Y la Biblia insiste que es totalmente por gracia, “no por obras” (Efesios 2:8; Tito 3:5).

No puedes ni debes agregar obras de cualquier especie, forma o clase a la gracia de Dios. ¿Por qué no? “…de otra manera la gracia ya no es gracia.” Cuando se trata de nuestra salvación, Dios quiere y Dios merece y Dios demanda todo el mérito. Dios no quiere la mayor parte del mérito permitiendo así que el hombre tenga una pequeña parte del mérito. No, Dios recibe toda la gloria y todo el reconocimiento, porque es Dios solamente quien salva.

Si el hombre hubiere de recibir algún mérito por su salvación (aunque fuera un poco), entonces el hombre tendría algo de lo cual jactarse. Pero Dios dice que la jactancia está totalmente excluida (Romanos 3:27) y que “nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:29). La salvación es algo que el pecador de ninguna manera merece, ni en lo más mínimo. Una persona es salva por el inmerecido y gratuito favor y gracia de Dios SIN AGREGAR NADA MÁS.

Al considerar la relación entre gracia y obras es útil examinar Romanos 4:4, “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda”. ¡Aquí está la persona que obra! Esta persona es totalmente extraña a la gracia de Dios. No sabe nada de la gracia de Dios. El piensa, tontamente, que será bendecido y recompensado por sus obras. Tontamente piensa que Dios le debe algo por la manera en que vive. Piensa que de alguna manera sus obras y su amor por Dios y su compromiso con Dios y su entrega a Dios y su obediencia a Dios le han ganado la salvación. Muy por el contrario. La única recompensa que recibirá será la muerte eterna.

En Romanos 4:5 tenemos una descripción de la persona que es justificada gratuitamente por la gracia de Dios: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. Note que es la persona QUE NO OBRA. ¡No obra en absoluto! No está contando con, ni confiando en nada de lo que él ha hecho. Se da cuenta de que ninguna de las cosas que ha hecho pueden ganarle una gota del favor o aprobación o aceptación ante un Dios santo.

¡El no obra! ¿Qué hace entonces? ¡El cree! ¡El cree en el Dios que justifica gratuitamente por Su gracia! No debemos perder el significado de Romanos 4:5, “que no obra, sino cree”. Esto nos dice claramente que la fe no es una obra. Esta persona no obra, sino cree. La fe no es una obra. Fe es, mas bien, descansar sobre la obra de Otro. Fe es descansar todo el peso de uno sobre la Excelencia (la Persona, quien es ÉL), en la OBRA (lo que ÉL ha hecho) y en la PALABRA (lo que ÉL ha dicho) de Jesucristo. La fe no es meritoria. Si el creer fuese una obra, podríamos jactarnos de nuestra fe: “¡Miren lo que he hecho! ¡He creído!” ¡Que tonto! Creer no es alguna buena obra que hacemos. Creer es el humilde reconocimiento de parte del culpable, quebrantado y contrito pecador de que no ha hecho nada bueno delante de un Dios santo y que su única esperanza se encuentra en Jesucristo. No hay nada bueno en la fe de una persona. Es el Salvador el que es bueno y que es grande y nuestra fe debe estar en ÉL. La fe en sí misma no nos da méritos ante Dios. La fe no se jacta sino en un Salvador crucificado y resucitado.

La Relación entre FE y GRACIA

“Porque por GRACIA sois salvos POR MEDIO DE LA FE” (Efesios 2:8). La fe y la gracia van juntas. ¿Por qué? La fe es la “mano del corazón” que se extiende y recibe el don gratuito de Dios, que no se puede ganar ni merecer. Debemos hacer una diferencia entre el don (salvación) y la recepción del don (fe).

La Relación entre JUSTIFICACIÓN POR GRACIA y OBRAS

Considere Romanos 3:28; 4:6, “Concluimos pues, que el hombre es justificado por fe sin (aparte) las obras de la ley….Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin (aparte de) obras”. La justificación por gracia es totalmente “sin” o “aparte de” las obras.

Esta misma palabra griega se usa en Hebreos 4:15 de Jesucristo, que era “sin pecado”. Esto significa que el Salvador no tenía ninguna clase de pecado. Era totalmente SIN PECADO. De igual manera, la justificación o salvación por gracia no tiene ninguna obra. Dios salva al pecador creyente totalmente aparte de cualquier obra que hubiera hecho (Tito 3:5).

Si pones sobre el carácter de Jesucristo el más pequeño pecado, has destruido totalmente (no en la realidad, sino por acusación) el perfecto e impecable carácter del Salvador. Lo has hecho un pecador (atribuyéndole pecado). De igual manera, si añades a la salvación cualquier clase de obra, por pequeña que sea, entonces has destruido totalmente el evangelio y ya no es salvación por gracia. No debes agregar nunca obras como requisito para ser salvo (“tienes que hacer esto o lo otro para ser salvo”). La justificación es totalmente aparte de las obras.

El verdadero evangelio es el “evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). Todo otro evangelio está bajo la terrible maldición y el anatema de Dios [Gálatas capítulo 1, y nótese especialmente el v.6. Estos falsos maestros habían quitado “la gracia de Dios”]. El verdadero evangelio es un mensaje de buenas nuevas acerca de un gran Salvador, que salva a la gente de una sola manera: POR SU GRACIA. ¡GRATUITAMENTE POR SU GRACIA! ¡SÓLO POR SU GRACIA! Cualquier así llamado mensaje del evangelio que incorpora o añade obras de cualquier clase, forma o especie, es un evangelio falso y cuenta con la maldición de Dios. Note Gálatas 2:16 donde leemos TRES VECES EN UN VERSÍCULO “no por obras”.

La Relación entre SALVACIÓN y AQUELLAS OBRAS QUE AGRADAN A DIOS

Las buenas obras son el RESULTADO de la salvación. No somos salvos por buenas obras, sino somos salvos “para buenas obras”. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). También en Tito 3:8, “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres”. Las buenas obras no son algo que una persona tiene que hacer para ser salva. Las buenas obras son algo que la persona hace porque es salva y porque Dios está obrando en y a través de ella (Filipenses 2:13).

El peligro viene cuando tomamos lo que debería ser el RESULTADO de la salvación y lo hacemos el REQUISITO para la salvación. Nunca pongas el carro delante del caballo. Las buenas obras siempre deben seguir a la salvación, pero las buenas obras nunca son el requisito ni el medio para obtener la salvación.

La Relación entre la GRACIA DE DIOS y el ANTINOMIANISMO

Hay dos grandes errores en cuanto a la gracia de Dios que han aquejado a la iglesia a través de los siglos. El primero de estos errores es que “convierten la gracia de Dios en libertinaje (ausencia de restricción, deseos incontrolados, deseos desenfrenados) –ver Judas 4. Este error se expresa así, “Como soy salvo por gracia sin ninguna obra, puedo vivir como me plazca.” Este error ha sido llamado antinomianismo (contra ley) o ilegalidad. Se usa la gracia de Dios como excusa para el desorden y para toda clase de vida impía.

La Biblia de una respuesta contundente a este error: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2). “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos lo hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12).

La Relación entre la GRACIA DE DIOS y el LEGALISMO

El segundo gran error, en relación a la gracia de Dios, es el legalismo. Legalismo es añadir alguna clase de obras como requisito para ser salvo. Un ejemplo de esto se encuentra en Hechos 15:1—“Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos”. Aquí tenemos añadida la circuncisión como requisito para ser salvo [la gracia de Dios+circuncisión=salvación]. Pedro respondió a este error en términos no ambiguos: “Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis como ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio, y creyesen…Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hechos 15:7, 11). Los gentiles no necesitaban ser circuncidados para ser salvos. TODO LO QUE NECESITABAN PARA SER SALVOS ERA LA GRACIA DE DIOS. Todo lo que necesitaban para ser salvos era fe en Jesucristo, el único Salvador.

La Relación entre la GRACIA DE DIOS y el LEGALISMO DEL SEÑORÍO

Esto nos lleva a una enseñanza de nuestros días que es común en los círculos Reformados, llamada popularmente SALVACIÓN POR SEÑORÍO. La salvación por Señorío enseña esencialmente que la fe sencilla en Jesucristo no es suficiente para ser salvo. Se necesita algo más. Se necesita un compromiso serio con Cristo como Señor. Una persona tiene que someterse al Señorío de Cristo. Es necesaria la voluntad de obedecer los mandamientos de Cristo. El pecador también tiene que cumplir las demandas del discipulado o al menos estar dispuesto a cumplirlas. Esto incluye amar a Cristo por sobre todo, olvidar las posesiones, etc. (ver Lucas 14:25-33).

¿Qué hacen los maestros del Señorío con Hechos 16:30-31? [“Y sacándoles les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa”.] Este versículo enseña que el pecador tiene que tener fe y que Dios llevará a cabo la salvación. Enseña que es la fe y solamente la fe lo que es necesario para la salvación. No dice, “Cree y sométete al Señorío de Cristo y cumple con las demandas del discipulado y serás salvo”. Dice simplemente, “Cree en el Señor Jesucristo”.

¿Qué significa creer? Es confiar en Cristo, es creer en Su Palabra, es descansar en Sus promesas. Los que enseñan salvación por Señorío están obligados a redefinir la fe salvadora. Significa más que una simple fe en Cristo, como la fe de un niño. Ellos dicen algo como ésto: “Creemos en Hechos 16:31 al igual que tú, pero debes entender lo que la palabra “creer” realmente significa. ‘Creer’ significa más que solamente creer. La fe que salva involucra mucho más”.

¿Qué significa creer en el Señor Jesucristo? Los maestros de la salvación por Señorío dirían que incluye lo siguiente:

Significa someterse a Su Señorío.

Significa abandonar el pecado.

Significa someterse a Su autoridad y a Su Palabra.

Significa obedecer Sus mandamientos o al menos tener la disposición de obedecer.

Significa aceptar los términos del discipulado.

Considera esta última afirmación. ¿La fe que salva realmente incluye aceptar todos los términos del discipulado? ¿La fe que salva realmente incluye requisitos tales como amar a Cristo por sobre todo, olvidar todo lo que uno tiene, negarse a sí mismo, etc. (Lucas 14:25-33)? Una persona salva debería hacer todas esas cosas, pero no hace estas cosas para ser salva. Es salva porque pone toda su confianza en la misericordia de un Salvador amante que murió por él. Una de las razones por las que necesita ser salvo es porque no ama a Cristo por sobre todas las cosas. Es culpable de quebrantar el primero de los mandamientos.

No es nuestro COMPROMISO lo que nos salva, es nuestro CRISTO quien nos salva. No es nuestro SOMETIMIENTO lo que nos salva, es nuestro SALVADOR quien nos salva. No es lo que yo hago por Dios; es lo que Dios ha hecho por mí.

Evita el peligroso error de tomar lo que debe ser el RESULTADO de la salvación y hacerlo el REQUISITO para la salvación:

Es porque yo soy salvo que me someto a Su Señorío (Romanos 12:1-2).

Es porque soy salvo que abandono el pecado y comienzo a aprender lo que significa vivir a la justicia (1 Pedro 2:24).

Es porque soy salvo que ahora le sigo en voluntaria obediencia (1 Juan 2:3-5).

Es porque soy salvo que acepto los términos del discipulado y comienzo a aprender todo lo que envuelve el discipulado (Lucas capítulo 14).

Es porque soy salvo que me someto a Su autoridad sobre todas las áreas de mi vida (Rom.6:13).

Hago todas estas cosas porque soy salvo por la gracia de Dios, no para ser salvo. No cambies los resultados en requisitos. No cambies la gracia de Dios en legalismo (agregando al mensaje del evangelio requisitos que no son bíblicos). No confundas la fe que salva, con lo que la fe que salva debe producir. No confundas el arrepentimiento con los frutos del arrepentimiento. La conducta y el fruto son las evidencias de la fe que salva, pero no son la esencia de la fe que salva. No confundas el fruto con la raíz. Antes de que puedas “seguir” a Cristo como discípulo (Lucas 9:23; Mateo 11:29-30) tienes que “venir” a Cristo para salvación (Mateo 11:28). El discipulado no es un requisito para ser salvo; el discipulado es una obligación para todo aquel que es salvo. La salvación es Cristo amándome a mí (Rom.5:8; Gálatas 2:20), discipulado es yo amando a Cristo (Mateo 10:37). Por cuanto somos justificados gratuitamente por Su gracia observamos todas las demandas de la justicia de Dios en Cristo (2 Co.5:21). Porque somos frágiles, fallamos muchas veces en cumplir con todas las demandas del discipulado (Lucas 14:25-33). Los requisitos del discipulado son muchos; el requisito para la salvación es simplemente fe y confianza en el Salvador.

¿Qué significa el término “Señor”?

La palabra “Señor” del Nuevo Testamento es el término griego “kurios”. Viene de una palabra relacionada que significa “poder, fuerza, poder supremo y autoridad.” De modo que “kurios” significa el Poderoso, el Superior, Aquel que tiene autoridad sobre mí, Aquel que tiene control sobre mí, el Supremo.

De allí que el término significa “Señor, Amo, Soberano”. A veces lleva la idea de propiedad, porque la persona que tiene el control sobre algo y que es soberano sobre algo, normalmente es el dueño de esa cosa. Ver Lucas 19:33 (los dueños del pollino) y Mateo 20:8 (el dueño de la viña). El Señor Jesús no es solamente nuestro Maestro, sino también es nuestro Dueño porque hemos sido “comprados por precio” y hemos sido adquiridos con Su sangre (1 Corintios 6:19-20; 1 Pedro 1:18-19).

¿Cómo se usa el término “Señor” en el Nuevo Testamento?

Se usa en conexión con ciertas relaciones humanas:

Se usa para un amo o dueño de esclavos que es señor sobre

sus esclavos (Col. 3:22)

Se usa para un emperador o rey que es señor sobre sus súbditos.

a) Se usaba para el emperador romano (Hechos 25:26)

b) Se usaba para Pilato, el gobernador (Mateo 27:63)

c) Comparar Apocalipsis 17:14—“Señor de señores”

Se usa para un esposo que es señor sobre su esposa (1 Pedro 3:6 –

“como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor”).

Se usa para un empleador (jefe) que es señor sobre su mayordomo

o empleado (Lucas 16:3, 5)

Se usa para un padre que es señor sobre su hijo (Mateo 21:30).

Nota:En todas estas relaciones mencionadas, el “señor” está en una posición de autoridad, de modo que se requiere sumisión y obediencia de parte del siervo, ciudadano, esposa, empleado, hijo, etc.

En la abrumadora mayoría de los casos, la palabra “kurios” se usa para Jesucristo nuestro soberano Maestro y Señor. En Juan 20:28 se encuentra un ejemplo (la aseveración de Tomás): “Mi Señor y mi Dios”. El significado del término: “Mi Señor, mi Poderoso Maestro, mi Gobernante Soberano, mi Legítimo Dueño, mi Suprema Autoridad, etc.”

¿Cuáles son los términos del Antiguo Testamento para “Señor”?

En el Antiguo Testamento hay dos términos para “Señor”.

El término hebreo “Adonai” es muy similar en significado al término griego “kurios”. Significa “Señor, Amo, el Soberano, Dueño, Gobernante”. Sara lo usaba para referirse a su esposo (Génesis 18:12; comparar con 1 Pedro 3:6). El siervo de Abraham repetidas veces llamaba a su amo “señor” en Génesis 24. El faraón de Egipto era llamado por este título (Génesis 40:1), como también José (Génesis 42:10). Rut lo usaba para Boaz antes de que se casaran (Rut 2:13). El término se traduce “dueño” en 1 Reyes 16:24.

El término “Jehová” es considerado por los judíos como el Nombre más sagrado de la Deidad. Se deriva del verbo “YO SOY” (comparar Éxodo 3:14). Se usa exclusivamente para el único verdadero Dios.

Nota: Cuando estos dos términos se trasladan al Nuevo Testamento, ambos se traducen por la palabra griega “kurios” (Señor). Por ejemplo, en el Salmo 110 el texto hebreo dice, “JEHOVÁ dijo a mi ADONAI…” pero el Nuevo Testamento usa “kurios” como traducción para estas dos palabras hebreas: “Dijo el Señor (kurios) a mi Señor (kurios)” -ver Mateo 22:44.

¿Cómo se dirigían a Jesús en el Nuevo Testamento?

Una de las primaras cosas que Pablo dijo como hombre salvo fue ésto: “Señor, ¿que quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Pablo sabía que Jesús era Señor. También sabía que, por cuanto ÉL era Señor, él tenía una obligación. En todas sus epístolas Pablo se dirige a Jesús como “Señor”. Algunos ejemplos se encuentran en 1 Corintios 1:2, 3, 7, 9 (“nuestro Señor Jesucristo” etc.). Al escribir a los corintios, que tenían problemas con la carnalidad, Pablo dejó muy en claro que Jesucristo era Señor.

Santiago y Judas eran medio-hermanos de Jesús, hijos de María y José, sin embargo, ellos se dirigieron a Jesús como su Señor y ellos mismos como Sus siervos (ver Santiago 1:1; Judas 1, 4, 17, 21). Su parentesco humano con ÉL no era relevante. Pedro subrayó el Señorío de Cristo (ver 2 Pedro 1:2, 8, 11, 14, 16) como lo hizo también Juan (ver 2 Juan 3 y Apocalipsis 22:20-21).

Un pasaje significativo al respecto es 1 Corintios 12:3—“Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.” El inconverso puede decir “Señor, Señor…” (Mateo 7:22-23), pero solo el verdadero creyente puede decir realmente “Señor”, con sinceridad y entendimiento.

He visto que creyentes maduros, cuyas mentes están absorbidas por la Palabra de Dios, generalmente no se refieren al Salvador como “Jesús”. Normal y naturalmente se referirán a ÉL como “el Señor”, “el Señor Jesucristo”, “el Señor Jesús”. Esto sigue la norma que se encuentra en las epístolas.

En cuanto al asunto de la Salvación por Señorío, ¿cuán importante es encontrar el equilibrio bíblico apropiado?

Hay posiciones extremas y erróneas en cada dirección, recordándonos de un antiguo adagio, “El péndulo oscila a extremos ridículos, pasando por alto la verdad, que se encuentra en algún lugar intermedio.” En un extremo está la posición de la Salvación por Señorío que enseña que la sumisión, obediencia, sometimiento y el cumplimiento de las condiciones del discipulado son requisitos para la salvación. En el otro extremo está la posición de la “gracia gratuita” que enseña que es posible que un verdadero creyente viva en continua desobediencia y rebelión, aun hasta el punto de negar la fe, rechazar a Cristo y volverse apóstata. La enseñanza correcta de la Biblia está entre estas dos posiciones extremas.

¿Puede Cristo ser el Salvador pero no el Señor de una persona?

Si Cristo es tu Salvador, entonces ÉL también es tu Señor, porque eso es lo que ÉL realmente es. ÉL no puede ser otra cosa de lo que ÉL es. No podemos separar Su calidad de Señor de Su calidad de Salvador. “Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor” (Lucas 2:11). ¿Quién es este Salvador? ¡ÉL es Cristo, el Señor! No puedes decir, “ÉL es mi Salvador, pero ÉL no es mi Señor”. Puedes no someterte a Su Señorío y autoridad como debes, pero esto no cambia el hecho de que ÉL es el Señor.

Cuando una persona es salva, ¿quién es la Persona en la cual confía? “Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31). Alguien podría decir: “Confiaré en ÉL como Salvador y luego, más adelante, confiaré en ÉL como Señor y me someteré a ÉL”. Esto es incorrecto. Cuando fuiste salvo, pusiste tu confianza en una Persona y esta Persona es el Señor.

Cuando una persona es salva, ¿a QUIÉN recibe? “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en ÉL” (Colosenses 2:6). “He recibido a Cristo como a mi Salvador, pero no como a mi Señor”. ¡Perezca tal pensamiento! No puedes dividir a la Persona de Cristo. Aquel que es tu Salvador también es tu Señor. ¿Cómo puede ÉL ser otro que quién ÉL es? El creyente puede fallar en responder como es debido Su Señorío, pero de todos modos Cristo es Señor.

¿Puede una persona “hacer Señor a Cristo”?

¡No! Tú no puedes hacerlo Señor; ÉL es Señor. ÉL es exactamente quien es. No puedes hacerlo Señor de tu vida. ÉL es el Señor de tu vida, reconozcas o no ese hecho. Por cuanto ÉL es Señor, yo debo reconocerlo como tal. Por cuanto ÉL es Señor, debo honrarlo como Señor, inclinándome ante Su autoridad, temblando ante Su Palabra. Por cuanto ÉL es Señor, puedo presentarle mi cuerpo como sacrificio vivo (Romanos 12:1-2).

Entendemos ciertamente lo que la gente quiere decir cuando dice, “Quiero hacer a Cristo Señor de mi vida”. Están indicando que quieren someterse a Su Señorío y rendirse a Su legítima autoridad. Pero hay una manera mejor de decir ésto: “Debo vivir mi vida de acuerdo con el hecho de que Jesucristo es mi Señor. Su Señorío demanda mi sumisión y obediencia y gustosa entrega a Su perfecta voluntad para mi vida”.

Cuando Cristo es predicado a los inconversos, ¿debe ser predicado sólo como Salvador o debe ser proclamado también como Señor?

“Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús” (2 Corintios 4:5). “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). “Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos” (Hechos 10:36). Al predicar el evangelio, nunca debemos desfigurar quién ÉL es. ¡Cristo es Señor!

¿Cuál es el significado de Romanos 10:9-10 en el debate sobre la Salvación por Señorío?

“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”.

Este versículo está enseñando que un verdadero creyente confesará a Jesucristo como Señor. Tal como las buenas obras hacen visible la fe (Santiago 2:14-26), así, confesar a Cristo hace audible la fe. Confesar a Cristo no es una condición para la salvación, sino es el resultado natural de la salvación: “Todo aquel que en Él creyere, no será avergonzado” (Romanos 10:11).

El verdadero creyente confiesa a Cristo como Señor. Muchos de los que se oponen a la salvación por Señorío argumentan que lo que la persona está confesando es la deidad de Cristo, no Su Señorío. Ellos entienden que “Señor” en Romanos 10:9 es equivalente a “Jehová”, un Nombre usado exclusivamente para el verdadero Dios. De modo que la persona salva tiene que reconocer que Jesús es Dios, pero no necesariamente reconocer o admitir Su Señorío. Este argumento no tiene mucho peso por la siguiente razón: Si Jesucristo es verdaderamente DIOS, entonces ÉL también tiene que ser Señor. Si ÉL es Dios—el supremo, todopoderoso Creador—entonces también tiene que tener la absoluta autoridad sobre todas Sus criaturas. Es decir, ÉL tiene que ser Señor. Si ÉL es Dios, entonces también tiene que ser Señor. Los dos títulos van mano a mano. No puedes tener el uno sin el otro. Si ÉL es el Señor de todo, ÉL tiene que ser el Dios Creador. Si ÉL es el Dios Creador, entonces ÉL tiene que ser el Señor.

¿Puede un verdadero creyente recibir a Cristo como Salvador, pero rechazarlo como Señor?

Si somos honestos y enfrentamos la realidad, debemos admitir que hay momentos en que todo verdadero creyente se rebela contra la autoridad de Cristo y desobedece Su Palabra. La total sumisión a Su Señorío requiere total obediencia a todos Sus mandamientos, y todos nosotros hemos quedado cortos en cuanto a ésto. Considere las siguientes dos afirmaciones del creyente profesante A y del creyente profesante B:

Creyente profesante A: “He recibido a Cristo como a mi Salvador, pero me niego a someterme a ÉL como Señor. Rechazo Su autoridad sobre mi vida y me niego a obedecerle. Me alegro tenerle como mi Salvador del infierno, pero ÉL no vendrá a decirme lo que tengo que hacer”.

Creyente profesante B: “Deseo obedecer a mi Señor, a Aquel que murió por mí, pero fallo muchas veces. Mi corazón está profundamente apesadumbrado cuando fallo en obedecerle y me siento culpable y molesto y muchas veces miserable. He deshonrado a mi Señor y he traído afrenta a Su Nombre”.

Por sus palabras y actitud, el creyente profesante A, no da mucha evidencia de tener una relación real, personal y salvadora con el Señor Jesucristo. El creyente profesante B parece ser un verdadero poseedor de Cristo porque, aunque él ha pecado y se ha rebelado contra su Señor, él estaba molesto y apesadumbrado por ello. El Espíritu de Dios que mora en el pecador creyente está entristecido, y Él hace sentir Su afligida presencia. Como R. Gene Reynolds ha escrito, “Una persona que está viviendo en pecado, que sabe que está viviendo en pecado, que se deleita viviendo de esa manera y que pretende continuar con ese estilo de vida—esa persona no tiene al Espíritu Santo morando en ella. El mismo hecho de que se siente confortable con su pecado es prueba de que el Espíritu está ausente. Sus signos vitales espirituales registran, ‘no hay vida’”.

¿Todo verdadero creyente se somete al Señorío de Cristo?

Esta pregunta tiene que ser respondida con mucho cuidado a la luz de las Escrituras. La respuesta a la pregunta es tanto SI como NO.

1) SI, todo verdadero creyente se somete al Señorío de Cristo.

La persona que se somete al Señorío de Cristo es la persona que se inclina ante Su autoridad y que obedece Su Palabra. El Nuevo Testamento indica que una de las características del verdadero creyente es que obedece la Palabra de Dios y que guarda los mandamientos de Dios: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:3-4). Esto mismo era cierto en cuanto a los primeros discípulos. Jesús dijo de ellos, “Han guardado Tu Palabra” (Juan 17:6). Esta es una notable afirmación de nuestro Señor en vista de las obvias deficiencias de estos hombres. Pedro, por ejemplo, no representó a un creyente sumiso y obediente cuando negó tres veces a su Señor. Tampoco estaba siendo sumiso en Hechos 10:14 cuando dijo, “No, Señor”. Tampoco se estaba sometiendo en Mateo 16:22 cuando amonestó al Señor y contradijo fuertemente Sus Palabras. Si tomáramos una instantánea de cualquiera de estos fracasos aislados, podríamos decir que Pedro era un creyente desobediente que no se sometía al Señorío de Cristo. Pero si vemos su vida en conjunto, como lo hizo el Señor Jesús, tendríamos que concluir que este era un hombre que guardó la Palabra de Cristo. Si contemplas todo el panorama de su vida, dirías que Pedro, a pesar de sus fracasos, era un hombre que se sometió al Señorío de Cristo.

2) No, todo verdadero creyente no se somete al Señorío de Cristo.

Queremos y deseamos agradar a nuestro Señor, pero hay veces en que fracasamos en someternos como debiéramos. Si somos honestos, deberíamos admitir lo siguiente: Todos los creyentes han pecado y han faltado en su perfecta sumisión a Cristo. Cada creyente fracasa en perfecta sumisión, perfecta obediencia, perfecta entrega, perfecto acatamiento a todas las demandas del discipulado. Gracias a Dios que tenemos un Abogado para con el Padre, Jesucristo el Justo (1 Juan 2:1-2).

¿Entiende un creyente nuevo todas las implicancias del Señorío de Cristo?

No, el creyente nuevo está recién comenzando a aprender lo que significa el Señorío de Cristo y las obligaciones que lo acompañan. El recién nacido en Cristo sabe muy poco sobre entrega y sumisión. El sabe que sus pecados han sido perdonados y que ha recibido a Cristo y que tiene vida eterna. Está lleno de gratitud por esta salvación tan grande y desea agradar a Aquel que murió por él. Pero cómo el señorío de Cristo afectará a su matrimonio, su familia, su trabajo, sus finanzas, su iglesia, la manera de cuidar su cuerpo, etc.—necesita aprender todas estas cosas con el tiempo.

De igual manera, el creyente nuevo no entiende de una vez todas las implicaciones de la gracia salvadora de Cristo. El está aprendiendo lo que significa ser salvo por gracia y este aprendizaje toma toda la vida. Juan 3:16 debería significar más para el creyente ahora, que hace un año y dentro de un año debería significar más de lo que significa hoy. Así es con el discipulado y el Señorío. Hay involucrado un proceso de aprendizaje. El hecho del Señorío de Cristo debería serme más precioso hoy, que hace un año. A medida que voy creciendo en Cristo (2 Pedro 3:18), llegaré gradualmente a un mejor entendimiento de lo que significa someterme a Cristo como a mi Señor.

¿Es la Salvación por Señorío un término incorrecto?

Sería más correcto hablar de “Santificación por Señorío”. Someterse al Señorío de Cristo es un requisito esencial para la santificación (crecimiento en Cristo), no para la salvación. Nuestro mensaje para el inconverso es CREE en el Señor Jesucristo, no sométete a todas las demandas del discipulado. Los que deben someterse son los santos.

¿Pueden los inconversos someterse al Señorío de Cristo?

Absolutamente no. Es imposible. “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8).

¿Puede un creyente en Cristo ser carnal?

Muchos teólogos Reformados y portavoces de la Salvación por Señorío insisten en que no hay tal cosa como un cristiano carnal, pero las Escrituras son muy claras de lo contrario: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, no sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolo, ¿no sois carnales?” (1 Corintios 3:1-4). Un creyente es carnal cuando anda en la carne y no en el Espíritu (comparar Gálatas 5:16).

Aunque los corintios eran carnales, debemos recordar que de acuerdo con 1 Corintios 6:9-10 sus vidas no estaban dominadas por los pecados de la carne igual como antes de ser salvos. Pablo dijo, “esto erais algunos”. El no dijo “esto son algunos”. Ellos eran nuevas criaturas en Cristo (2 Corintios 5:17). Sin embargo, había momentos en que no actuaban ni andaban como nuevas criaturas. En realidad, a veces andaban y actuaban como meros hombres (no regenerados) (ver 1 Corintios 3:3).

¿Es posible identificar mal a un inconverso usando el rótulo de cristiano carnal?

Algunos usan la carnalidad como excusa para encubrir un corazón no regenerado. Hay un mundo de diferencia entre un cristiano carnal que está contristando y apagando el Espíritu (“salvos así como por fuego”) y una persona inconversa que anda según la carne. No es siempre fácil diferenciarlos. A veces los que nosotros pensamos que son salvos, no son salvos en absoluto. Alguien hizo una vez este comentario: “Una vez fui miembro de un equipo de jóvenes predicadores del evangelio. Todos éramos salvos y teníamos algún éxito al predicar el evangelio. Pero uno de los miembros comenzó a frecuentar amistades mundanas. Se casó con una niña muy mundana. Negó su fe cristiana y murió como un borracho. Ya ves, él era cristiano; él se fue al cielo, pero él era un cristiano carnal y no recibirá la recompensa de un cristiano espiritual.” Lo más probable es que este hombre se equivocó al decir, “todos éramos salvos”. Algunos de los que creen que serán salvos así como por fuego, en realidad estarán perdidos así como por el lago de fuego. Algunos que piensan que serán salvos con uña y carne, realmente estarán perdidos con lloro y crujir de dientes.

¿Puede un creyente verdadero continuar en pecado?

Esta es otra pregunta que debe ser respondida con cuidado. La respuesta correcta es SI y NO.

, un verdadero creyente puede continuar en pecado.

Considera a Pedro. El negó a su Señor. ¿Lo hizo una sola vez? No, él continuó en este pecado y lo hizo por segunda vez. ¿Lo hizo solo dos veces? No, él continuó negando a Cristo y lo hizo por tercera vez. Pedro continuó en pecado por un tiempo, pero, por cierto que después “volvió” (cambió de dirección—Lucas 22:32) y en el Día de Pentecostés confesó con osadía a Cristo ante miles de personas.

Considera a David. El pecó gravemente con Betsabé y cometió adulterio e incluso se aseguró de que su esposo fuese muerto en batalla. ¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que David se preocupara por su pecado? Nos sorprende leer que el tiempo transcurrido entre el pecado de David y su confesión de ese pecado fue casi un año (Comparar 2 Samuel 11:27 con 12:15). Aparentemente continuó por varios meses en un estado no arrepentido.

Considérate a ti mismo. ¿Hay áreas de tu vida en que has continuado en pecado y en que has estado esclavizado a algún pecado habitual y recurrente?

NO, un verdadero creyente no continúa en pecado.

Juan nos enseña ésto en 1 Juan 3:6-10 y 1 Juan 5:18. Estos versículos enseñan que el verdadero creyente, el nacido de Dios, “no peca” (no continúa en pecado) y no “comete pecado” (no continua practicando el pecado). Hay al menos tres razones por las cuales el verdadero creyente no sigue practicando el pecado:

1. La convicción de Dios el Espíritu Santo que hace sentir muy inconfortable en su pecado al verdadero hijo de Dios (comparar Efesios 4:30).

2. La confesión del pecado por parte del creyente (1 Juan 1:9). Esto rompe el hábito del pecado.

3. La mano disciplinadora del Padre (1 Co: 11:31-32; Hebreos 12:5-11).

De vital importancia es también la obra de intercesión del Hijo de Dios (Lucas 22:32; Juan capítulo 17; etc.) y el poder de Dios para guardar (1 Pedro 1:5; Judas 1, 24).

¿Puede un verdadero creyente vivir, al menos por un tiempo, como un inconverso?

Un creyente que anda en la carne y que cumple los deseos de la carne, no se diferencia de una persona inconversa que anda según la carne (que es la única manera en que puede andar). “Porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros otros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como los hombres? (1 Corintios 3:3). Pablo dijo que los corintios carnales estaban andando como meros hombres comunes y corrientes. ¡Qué insulto! ¡Qué contradicción! ¿Cómo puede un hijo de Dios andar como un hijo de Adán? ¿Cómo puede un hijo de luz andar como un hijo de las tinieblas? Pero ésto sucede mucho más de lo que quisiéramos creer. La iglesia de Corinto no era la única iglesia que tenía grandes problemas con la carnalidad. Los creyentes de hoy también suelen contristar y apagar el Santo Espíritu de Dios.

Hasta John MacArthur reconoce el problema: “Un cristiano improductivo no es más útil para Dios que un inconverso… Un creyente puede ser tan estéril e improductivo como un inconverso. Un cristiano estéril es completamente indistinguible de un apóstata, un maleante, o un cristiano falso, superficial que no es útil para Dios” (Adding to your Faith, p. 48-49). Alguien que se somete al Señorío de Cristo, no podría, ciertamente, ser descrito de esta manera.

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¿Puede variar mucho de un creyente a otro la capacidad de llevar fruto?

Sí. Esto se enseña en Mateo 13:23—“Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (Mateo 13:23). Hay una gran diferencia entre un cien por ciento y un treinta por ciento. La Vid Verdadera desea “más fruto” (Juan 15:2) y “mucho fruto” (Juan 15:8), pero algunos creyentes, por causa de su fracaso de “permanecer en ÉL” (1 Juan 2:28) son menos fructíferos que otros. Aquellos creyentes que se entregan totalmente al Señorío de Cristo, ciertamente hacen de su “permanecer en ÉL” una prioridad.

Nótese que Mateo 13:23 no dice, “… algunos al ciento, algunos al sesenta, algunos al treinta y algunos cero”. Ryrie lo explica así, “En algún lugar, tiempo o circunstancia el cristiano tendrá que dar frutos espirituales, de otra manera, su conversión no fue sincera. Todo individuo que ha nacido de nuevo fructificará. El no hacerlo equivaldría a no haber tenido fe y por lo tanto, a no haber sido salvo” (Una Salvación tan Grande, p. 53). Debemos por lo tanto evitar dos enseñanzas extremas: la primera que dice que un verdadero creyente puede ser totalmente sin fruto (la posición de la “gracia gratuita”) y la segunda, que dice que un verdadero creyente llevará necesaria y consistentemente mucho fruto (la posición reformada, del Señorío).

¿Nos da la Biblia ejemplos específicos de personas salvas que no se sometieron al Señorío de Dios sobre sus vidas, sino que se rebelaron contra la Palabra de Dios y la autoridad de Dios?

La Biblia nos da ejemplos vívidos, inolvidables y trágicos de FRACASOS del SEÑORÍO. Con esto nos referimos a verdaderos creyentes que fallaron en someterse a su Señor y su Dios, teniendo como resultado gran pecado y fracaso. Estas personas, sin embargo, eran verdaderamente salvas. Aquí hay varios ejemplos:

Considere el ejemplo de un hombre que contrajo matrimonio con mujeres paganas y cuyo corazón se apartó del Señor. Su corazón se volvió hacia otros dioses. Hizo lo malo ante los ojos de Dios. No siguió totalmente al Señor. Construyó lugares altos para dioses falsos, incluyendo al dios Moloc. El Señor se enojó con este hombre. Su corazón se había apartado del Señor, Dios de Israel. No guardó lo que el Señor había mandado (comparar 1 Reyes 11). Este es un triste ejemplo de fracaso del Señorío.

Los proponentes de la Salvación por Señorío dirían, “¿Cómo podría ser salvo un hombre así? Sus hechos y su falta de sometimiento demuestran un corazón no regenerado. De ninguna manera puede haber sido un verdadero creyente.” ¿Qué dice Dios de este hombre? ¿Cómo evalúa Dios a este hombre? “¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Bien que en muchas naciones no hubo rey como él, que era amado de su Dios, y Dios lo había puesto por rey sobre todo Israel, aun a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras” (Nehemías 13:26). Salomón era el amado de Dios. El era un hombre salvo y sin embargo, hubo un tiempo en su vida en que se rebeló inicuamente contra su Señor.

Hubo una vez un rey que se negó a confiar en Dios en tiempos de guerra. Se apoyó, en cambio, en el rey de Siria y no se apoyó en el Señor. Locamente hizo a los ojos de Dios. Cuando Dios lo amonestó por ello por boca de Su profeta, el rey se enojó con el profeta, lo echó en la cárcel, lo torturó, oprimió y aplastó a todos los que apoyaban a este profeta y se encolerizó por este motivo. Más tarde se enfermó de los pies y no buscó al Señor sino a los médicos. Lo último que leemos sobre este hombre es que “no buscó al Señor”. Ver 2 Crónicas 16. La gente de la Salvación por Señorío podrá decir algo como esto: “¿Cómo puede haber sido salvo este hombre? Si hubiese sido realmente salvo, habría vivido una vida fiel y santa hasta el final”. Esto es lo que Dios dice de este hombre: “Asa hizo lo recto ante los ojos del Señor, como David su padre…Sin embargo, los lugares altos no se quitaron. Con todo, el corazón de Asa fue perfecto para con el Señor toda su vida” (1 Reyes 15:11, 14).

“No puedes ser salvo y vivir en un sumidero de pecado”. ¿Qué de Lot, “ese hombre justo”?

“No puedes ser salvo y ser un pícaro bribón”. ¿Y qué de Jacob, ese patriarca?

“No puedes ser salvo y ser un mujeriego”. ¿Qué de Sansón, mencionado en Hebreos 11?

“No puedes ser salvo y emborracharte”. ¿Qué de Noé, que era considerado religioso en su generación?

“No puedes ser salvo y cometer pecados tan evidentes como adulterio y asesinato”. ¿Qué de David?

“No puedes guiar al pueblo de Dios a cometer pecado haciendo un becerro de oro. Eso es algo que la persona salva no hace. Ningún fabricante de becerros de oro heredará el reino”. ¿Qué de Aarón, a quien Dios escogió para ser el primer sumo sacerdote?

“No puedes ser creyente y estar lleno de dudas”. ¿Qué de Tomás, el apóstol?

“No puedes ser salvo y luego contradecir verbal y públicamente lo que Dios dice y más tarde negar repetidas veces al Señor”. ¿Qué de Pedro? Como ya hemos visto, en Mateo 16:21-22 Pedro contradijo la palabra de Su Señor y lo amonestó. Esta es un fracaso obvio de reconocer el Señorío. También en Hechos 10:14 Pedro contradijo con vehemencia: “¡No, Señor!” Los que se someten realmente a Su Señorío dirían, “Sí, Señor, haré lo que Tú digas”. Pedro era un hombre salvo, a pesar de sus fracasos de someterse siempre al Señorío.

Creyentes verdaderos pueden fallar, pueden ser carnales, pueden ser desobedientes, pueden andar en la carne, pueden andar como hombres, pueden ser causa de que la Palabra de Dios sea blasfemada y pueden traer deshonra al Nombre de su Señor.

El apóstol Pablo mismo temía mucho el fracaso y sabía que era posible que él fallara: “”Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27). Pablo sabía que su progreso en la santificación podría ser estorbado de tal modo, que finalmente fuera desaprobado y que perdiera su corona. El sabía que él mismo podría terminar siendo un FRACASO en cuanto al SEÑORÍO. Tenía mucho temor en cuanto a esto. ¡Que tengamos temor de esto también nosotros!

¿Hay un peligro en no hacer la distinción bíblica apropiada entre justificación y santificación?

Uno de los problemas de la Salvación por Señorío es que a veces no hace diferencia entre justificación y santificación. Los mandamientos que corresponden a la salvación son diferentes a los mandamientos que corresponden a la santificación. Considere, por ejemplo, el mandamiento en Romanos 12:1. “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo.” Este mandamiento está relacionado con la santificación, no con la justificación.

Los mandamientos que tienen que ver con el discipulado corresponden a la santificación, y no a la justificación. Esto incluye cosas como “negarse a sí mismo”, “olvidar las posesiones”, “aborrecer a padre, madre, hijo”, “toma tu cruz”, “perder la vida por causa de Cristo”, etc. La confusión se produce cuando hacemos las condiciones del discipulado iguales a las condiciones para la justificación. ¿QUÉ TIENE QUE HACER UNA PERSONA PARA SER SALVA (JUSTIFICADA)? ¿QUÉ TIENE QUE HACER UNA PERSONA PARA SER UN DISCÍPULO? La Salvación por Señorío da a ambas preguntas la misma respuesta. La Biblia da a estas dos preguntas respuestas diferentes.

¿Cuál es la diferencia entre la fe que salva y la santificación o una vida santa?

Hay dos enseñanzas extremas que deben evitarse, porque la verdad está en algún punto intermedio:

1. La enseñanza extrema del movimiento de la “gracia libre”.

Este grupo enseña que no hay relación alguna entre la fe salvadora y la santificación. Este punto de vista, aunque condena un estilo de vida profano, diría que es posible que un verdadero creyente persista en el pecado y viva un estilo de vida inicuo, aun hasta el punto de negar a Cristo, rechazar la verdad del evangelio y abandonar totalmente la fe.

Una comprensión apropiada de LA NUEVA NATURALEZA nos ayuda a rechazar esta enseñanza extrema. Cristo vive en mí (Gálatas 2:20). Dios obra en mí (Filipenses 2:13). Dios me convence de pecado. Dios me disciplina con amor y no permitirá que persista en el pecado, tal como un padre responsable no permitirá que su hijo persista en hacer mal. Por cuanto tengo una nueva naturaleza y porque Cristo mora en mí, esta VIDA de alguna manera se manifestará y se evidenciará de algún modo (ver 1 Juan 2:3-4; 3:10, 14; etc.). Nuestro Señor dijo, “Todo árbol bueno da buenos frutos” (Mateo 7:17).

2. La enseñanza extrema del movimiento de la “Salvación por Señorío”

Este grupo enseña que hay una relación automática entre la fe salvadora y la santificación. Este punto de vista dice que la verdadera fe da automáticamente por resultado una vida total y absolutamente transformada. John MacArthur lo ha dicho así, “¡Escuchen! Nadie que sea salvo dejará de arrepentirse, dejará de someterse, dejará de obedecer…La verdadera fe da por resultado una vida total y absolutamente transformada.” “La fe que salva es someternos totalmente al Señor Jesucristo”. Si la vida de una persona no corresponde totalmente a esa total y absoluta transformación que los adherentes de la Salvación por Señorío esperan, ellos rápidamente ponen en duda la salvación de esa persona. Dicen que nunca creyó para la salvación de su alma, porque si lo hubiera hecho, automáticamente habría resultado en una vida piadosa y santa.

Un entendimiento adecuado de LA VIEJA NATURALEZA nos ayuda a rechazar esta enseñanza extrema. Por causa del hecho de la vieja naturaleza y de la realidad del pecado que mora en el creyente, está la posibilidad de la carnalidad, de andar en la carne, no permanecer en Cristo, desobedecer al Señor, etc. Existe la triste posibilidad de tales “fracasos del Señorío” que ya hemos analizado. Los diez ejemplos de “fracaso del Señorío” que fueron citados, se deben a la vieja naturaleza pecaminosa que las personas salvas aún tienen. “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo…¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:18, 24).

¿Cuál es el requisito de Dios para la salvación? ¿Qué debe hacer un pecador para ser salvo?

Manfred Kober ha apuntado al corazón de este asunto: “Está en juego la esencia del evangelio. La pregunta básica se relaciona con la condición indispensable para la salvación. ¿Qué tiene que creer una persona para ser realmente salva? ¿Es la fe el único requisito para ser salvo?

Punto de vista correcto: Gracia + Fe = Salvación + Obras

Punto de vista incorrecto: Gracia + Fe + Obras = Salvación

Las “obras” mencionadas en esta fórmula pueden incluir cosas tales como obediencia a los mandamientos de Cristo, sumisión a Su autoridad, cumplir las demandas del discipulado, etc.

El mensaje de las buenas nuevas de Dios al pecador es muy sencillo y claro: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hechos 16:31). El mensaje al pecador no es: ¡Sométete a Su Señorío! ¡Obedece Sus mandamientos! ¡Ama a Dios por sobre todas las cosas! ¡Olvida todas tus posesiones! ¡Sométete a la autoridad de Dios en todas las áreas de tu vida!

Los cultos falsos siempre dan la respuesta equivocada cuando se les pregunta, “¿Qué debe hacer una persona para ser salva?” Los Testigos de Jehová, por ejemplo, dicen, “Por una amante obediencia a ÉL, te encaminarás por la senda que conduce a la vida eterna”. La obediencia del hombre nunca ha salvado un alma. Por naturaleza somos “hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). Por naturaleza no nos sujetamos a la ley de Dios y tampoco podemos (Romanos 8:7). La salvación no se basa en lo que el hombre hace para Dios, sino en lo que Dios ha hecho para el hombre.

¿Deberíamos cambiar los términos de la salvación para promocionar una vida santa?

El Dr. Ernest Pickering ha escrito lo siguiente: “Una de las principales objeciones a la noción de la “salvación por Señorío” es que añade al evangelio de la gracia. Requiere algo del pecador que las Escrituras no requieren. El mensaje de salvación por gracia anuncia a los pecadores que ellos pueden recibir vida eterna sólo por fe, mientras que el mensaje de la ‘salvación por Señorío’ le dice al pecador que debe estar dispuesto a renunciar a cualquier cosa que desagrade a Dios. Hay una diferencia enorme y significativa entre creer en Cristo para salvación y aprender de Él como nuestro Señor. Nadie de nosotros está contento con cristianos falsos, carnales y desobedientes. Pero el remedio para esta condición no se encuentra en cambiar los términos del evangelio. En el Nuevo Testamento se nos dice más de 100 veces que la salvación es por medio de la fe o por creer. Es un asunto muy serio agregar al evangelio de salvación un ingrediente que no se encuentra en el Nuevo Testamento… Nuestra tarea es seguir predicando el llano y sencillo evangelio de la gracia gratuita. Es la tarea del Espíritu Santo producir en los creyentes aquellas virtudes de justicia que todos deseamos ver.”

¿Cuál es la diferencia entre los requisitos para la salvación y el resultado de la salvación?

El Dr. Renald Showers ha ayudado a clarificar ésto: “Por un lado hay una falsa ‘fe fácil’ que dice que un mero asentimiento mental a ciertas verdades salva a una persona. Por otro lado, para corregir este error, algunos han agregado al evangelio y a los requisitos bíblicos para la salvación. Hay una clara distinción entre un requisito para la salvación y un resultado de la salvación. Estas dos cosas no deben confundirse. La disposición y deseo de que Cristo reine en la vida de uno, es inspirado por la nueva vida impartida por el Espíritu Santo cuando regenera al creyente en el momento de la salvación. El inconverso no se somete y no pude someterse a la autoridad divina (Romanos 8:7). Tal como el árbol no puede producir manzanas a menos que tenga la naturaleza de un manzano, así una persona no puede tener la disposición y el deseo de someterse a la autoridad de Cristo, a menos que ya posea la nueva naturaleza que se recibe por la regeneración en el momento de la salvación (2 Pedro 1:3-4) De modo que aún la disposición y el deseo de someterse a la autoridad de Cristo son el resultado y no un requisito para la salvación”.

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¿Qué es la fe que salva?

La fe que salva es simplemente descansar en Jesucristo.

Descansar en quién ÉL es (Su Valor, Su Persona).

Descansar en lo que ÉL ha hecho (Su Obra).

Descansar en lo que Él ha dicho (Su Palabra).

La fe que salva no es hacer, sino descansar en la obra de Otro. Es descansar en la obra acabada del Señor Jesucristo.

¡Qué maravilla! perdón recibí;

Cristo por gracia salvóme a mí;

Mis culpas todas él las llevó,

Y sólo por gracia salvo soy.

Sólo por gracia salvo soy:

Esta es mi historia,

De Dios es la gloria,

Que sólo por gracia salvo soy.

Conclusión

Mi entrega a Cristo no me salva. ES CRISTO QUIEN ME SALVA POR SU GRACIA. Mi sometimiento a Su Señorío no me salva. ES CRISTO QUIEN ME SALVA POR SU GRACIA. Mi obediencia a Su Palabra no me salva. ES CRISTO QUIEN ME SALVA POR SU GRACIA. Mi amor por el Salvador no me salva. ES CRISTO QUIEN ME SALVA POR SU GRACIA. Mi habilidad para cumplir con todas las demandas del discipulado no me salva. ES CRISTO QUIEN ME SALVA POR SU GRACIA. Mi conducta y comportamiento no me salvan. ES CRISTO QUIEN ME SALVA POR SU GRACIA.

En la Persona del Señor Jesucristo se encuentra la gracia de Dios para salvación. Solamente el Señor Jesucristo puede satisfacer la santidad y justicia de Dios y ser para el corazón creyente la “salvación tan grande”. “El que tiene al Hijo, tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Juan 5:12; todos los verbos están en tiempo presente).

¿Has sido justificado gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús? ¿Tu esperanza está basada sobre lo que tú has hecho o está tu esperanza basada en la sangre y justicia de Jesús? Apoyémonos totalmente en el Nombre de Jesús. Descansemos en Cristo, la sólida Roca, y no nos apoyemos en las arenas movedizas de nuestro propio frágil compromiso.

--George Zeller (revisado 11/99)

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Estos Estudios Bíblicos son publicados por Middletown Bible Church, 349 East Street, Middletown, Connecticut 06457 (U.S.A.). Nuestro número telefónico es (860) 346-0907 ocontáctenos por E-mail. Al realizar estos estudios, recomendamos utilizar la Biblia Reina Valera versión 1960 para evitar confusiones. Es nuestro deseo que estos estudios de la Palabra de Dios sean de ayuda para guiarlo hacia el único Dios verdadero y hacia Su Hijo, el Señor Jesucristo. Esperamos que usted lo pueda conocer a ÉL de una forma personal. Esperamos que usted sea animado a crecer en la gracia y en el conocimiento de ÉL! 1 Pedro 2:2; 2 Pedro 3:18.